El hilo que une al Brasil de 1970 y 1982 con la versión actual del Barcelona ya arrojó sus primeras consecuencias. La goleada que el equipo de Pep Guardiola le endosó al Santos en la final del Mundial de Clubes 2011, provocó un debate en el gigante del Sur del que participaron periodistas, dirigentes, entrenadores de clubes y hasta el seleccionador, Mano Menezes. El tema: cómo volver a las raíces y rescatar el eslabón perdido en el limbo resultadista.
La primera resolución fue anunciada hace pocos días por el propio Santos. Habrá medidas profundas para reformar todo el sistema de divisiones inferiores del cuadro que hizo grande Pelé, con el fin de promover y desarrollar un estilo más cercano e identificable. Los Neymar siguen surgiendo, pero el culto al talento individual absorbió el cuidado por la idea. Con La Masía –esa marca que el Barsa ha hecho universal– como norte, el camino a seguir lo señala ese ideario macerado y perfeccionado tras dos décadas de trabajo coherente. No con el fin de construir un clon sino de absorber parte de su esencia.
El modelo instaurado por el Barcelona para el trabajo de sus fuerzas básicas no es trasladable a otros contextos. Su patrón conceptual tiene un origen singular que se vincula a la idiosincrasia de la sociedad catalana, de la institución y de quienes se forman en ella. Pero aspectos más estructurales como organización; elección de futbolistas y técnicos que respondan a una manera de entender el juego; metodologías de entrenamiento, preparación física y fisioterapia que sigan esos mismos parámetros; y una política clara de promoción de las figuras emergentes hacia la alta competencia en los momentos indicados, sí pueden ser parámetros referenciales en otros contextos.
En nuestro medio, Caracas FC es el paradigma de esto por la apuesta sobre la que pretende sostener su funcionamiento. Ningún equipo en Venezuela invierte tanto capital monetario y humano para hacer de la cantera el punto de partida, el leit motiv de su filosofía. La diferencia estriba en los motivos. Mientras el Barsa se sostiene en sus cosechas para, a partir de la sublimación de una estética, imponer autoridad sobre sus rivales en España y Europa, los rojos dirigen sus esfuerzos hacia la exposición de sus piezas de más valor para acudir a mercados que las adquieran y dejen fondos que sostengan su economía.
La semana pasada fueron Alexander González y Josef Martínez, ambos transferidos al Young Boys de Suiza sin haber alcanzado aún los 20 años de edad. Antes fueron Ronald Vargas, Roberto Rosales y tantos otros que siguieron esa senda. Las ventas generan capital que luego se reinvierte en las bases, aminora el déficit y abre espacios para quienes piden paso en los conjuntos menores. Lo que queda por verse es si eso será suficiente para que lo deportivo no se vea afectado. El Caracas no ha podido titularse en los tres últimos torneos cortos y sus once coronas le exigen presencia constante en la Copa Libertadores. Dando vueltas olímpicas el modelo es sostenible en el tiempo; sin esas alegrías, la estabilidad siempre estará en riesgo.
Mientras consolida su proyecto, el Rojo debe ir encontrando la medida justa. Vender antes de tiempo o acelerar los procesos de maduración de sus valores, son riesgos que deben ser cada vez más calculados. Santos y su búsqueda, alumbrada desde La Masía, representa un aviso. Y aunque no hay una ruta única para garantizar el éxito, es el mejor espejo en el que mirarse.
Columna publicada en el diario El Nacional (09/01/2012)