La gesta de la Vinotinto contra Argentina cumplirá mañana una semana. Pasada la euforia, la lectura sosegada arroja una conclusión: el prototipo diseñado por César Farías para competir en la eliminatoria necesita combustible de alto octanaje. El técnico armó un equipo que hace de la solidaridad su mayor virtud. Y que corre como pocos de sus rivales continentales.
Salvo Uruguay, que sustenta su solidez y liderazgo en un proceso de trabajo que ya alcanza el lustro, pocas selecciones están más amalgamadas que la venezolana. La idea quedó patentada en la Copa América y todos los intérpretes –incluso aquellos que se sumaron recientemente al ciclo– entienden sobre qué bases se sostiene la idea de juego. Una ventaja enorme delante del resto.
El premundial sudamericano comporta dificultades singulares. Los futbolistas deben hacer traslados transcontinentales que suponen desgaste y los partidos plantean desafíos únicos como jugar en la altitud de La Paz y tres días más tarde someterse a temperaturas que bordan los 40 grados centígrados. Los tiempos de recuperación son atípicos y las exigencias máximas. La presión es permanente y cualquier resultado negativo abre un juicio sumario que pone a prueba las convicciones. Un clima que puede pasar del júbilo a la crispación en horas.
Venezuela fundamenta sus conceptos sobre la base de un óptimo nivel físico. El escaso tiempo de preparación en las fechas FIFA reduce la incidencia del cuerpo técnico sobre este aspecto. Ergo, gestionar de una manera lógica el plantel acaba siendo determinante. La medida de los esfuerzos y la elección de los mejores elementos en función del tamaño de cada objetivo, resultan clave en la obtención de los puntos necesarios para clasificar al Mundial.
La estrategia es clara: si bien el calendario impuesto por la Conmebol en los últimos procesos eliminatorios siempre fue un hecho desfavorable, Farías y sus colaboradores hallaron el antídoto para hacer de la minusvalía una fortaleza. Que se ampliara el número de jugadores disponibles, con la incorporación de Fernando Amorebieta, Andrés Túñez, Julio Álvarez o los hermanos Feltscher, respondió a un plan construido sobre dos pilares: competir de visitante midiendo la participación de algunos elementos del cuadro base en las seis primeras fechas; y apostar todo el botín a los choques en casa, intentando arropar a los rivales que llegarán al país con el peso en sus piernas de 90 minutos y viajes largos.
En las cuentas del seleccionador el pleno de puntos contra Argentina, Bolivia y Chile son una prioridad. Lo que se consiga afuera será ganancia. Es un riesgo grande, pero cada paso fue estudiado con rigor para planificar el camino hacia la Copa del Mundo. A partir de la séptima jornada habrá una variación en la hoja de ruta y el inicio de la segunda fase en la planificación. Los traslados consecutivos a Lima y Asunción (7 y 11 de septiembre de 2012) serán una bisagra. Luego, se invertirá la fórmula local-visitante y llegará el momento de emprender el remate. Si la cosecha resulta provechosa en la primera vuelta, habrá cinco enfrentamientos en casa para acabar de sellar el boleto a Brasil.
Lo futbolístico y los imponderables serán condiciones que pesarán en el destino de los partidos. Pero Farías sabe que su tropa requiere del sudor constante para que el mecano que armó mantenga un nivel óptimo de rendimiento. Cada paso será medido. También el esfuerzo.
Para que lo real y lo onírico vayan a la misma velocidad, todos tendrán que correr sobre la misma línea.