lunes, 24 de octubre de 2011

Cantos de sirena

El proyecto de un entrenador se basa en ganar. Todo lo demás es demagogia. Y así será siempre porque el verbo conjuga en tiempo presente. El pasado sirve para negociar contratos y el futuro es una promesa que puede desvanecerse en una racha de malos resultados. Cuando un técnico habla de largo plazo hay que ponerse alerta: abrir el paraguas antes de la tormenta es una práctica habitual para comprar confianza. Los tiempos están vinculados al éxito porque nadie extiende créditos sin otro aval que el de la victoria. La retórica se convierte en palabra muerta sin los tres puntos de cada domingo. Guste o disguste a tirios y troyanos.

Chuy Vera fue contratado por Táchira para que extendiese su buen momento en Zamora con la seña aurinegra. La lírica obró como encantadora de serpientes y sus directivos picaron. El DT habló de paciencia en la plaza menos paciente. No hubo una voz con autoridad que defendiese la apuesta, ni convicción para señalar un camino que ellos mismos desconocían. Sin norte, el fracaso era un tiro al piso.

A Eduardo Saragó le firmaron un contrato por tres años que el preparador, aunque no lo diga abiertamente, concibió para seis meses. Para extender la ilusión de los inversores y engordar la cuenta corriente de la credibilidad, había que ganar ya. Con ese objetivo estructuró un plantel “marca Norven” que comenzó a sumar desde el arranque. El funcionamiento no tuvo prórrogas y se instaló a pelear por el título. Todos felices por los lados de Cabudare. Hay triunfos, hay proyecto.

En un mundo al revés, los planes reposan sobre las espaldas de los técnicos cuando deberían ser responsabilidad de quienes gestionan los clubes. Con filosofía y metas claras, los equipos tendrían más sencilla la tarea de designar a sus timoneles. Elegirían en función de aquellos que se adaptan a su perfil y escaparían de la garra de representantes vividores y merodeadores de oficio. En el fútbol venezolano este despropósito enriquece a los astutos y arruina a los emprendedores. Los capitales se filtran por el desagüe que abren los jefes del negociado. La tralla de artificio del nuevo proyecto promueve salarios impagables y azuza la bancarrota.

Caracas FC rompe con la norma. No es casual que siga peleando por los primeros lugares con menos presupuesto que sus pares. Sin importar cómo haya llegado a adoptar su modelo, lo cierto es que tiene uno. Eso lo hace excepcional. La continuidad y la promoción de sus técnicos se fundamenta en un concepto: el desarrollo de sus categorías inferiores y el crecimiento institucional a partir de la autogestión. Un fundamento que, año tras año, aleja a los rojos de la dependencia económica que supone su vínculo con Laboratorios Vargas. 

Nadie llega a dirigir al Caracas con un proyecto debajo del brazo. El proyecto es el club y el entrenador debe adaptarse a él. Ése es el rumbo correcto que nadie más sigue y que explica la continuidad de un ideario que se fortalece con el tiempo.

Seguir la senda de la sensatez no es solo una elección: requiere de gente capacitada que entienda el negocio del fútbol y sepa administrar con criterio empresarial el capital que maneja. Designar a un conductor no puede ser la base sobre la que se sostenga el futuro institucional; lo contrario, el DT debe saber encajar en la estructura existente y honrar a quien lo contrata respetando su filosofía. 

Quien no cree en sirenas difícilmente sucumbirá a la seducción de sus cantos.