La Vinotinto obró el milagro de conectarse con el país hace una década. Fue en agosto de 2001, en Maracaibo y después de vencer a Uruguay, que el fenómeno colectivo que sobrevendría después vio la luz. La gente comenzó a identificarse con ese grupo de jugadores que la hacía sentir reivindicada. A los valores de la selección se asociaron luego los patrocinadores, canales de televisión y empresas interesadas en “importar” la fórmula del éxito a sus propias estructuras.
Venezuela ya no vive el fútbol de la misma manera. Richard Páez y la generación que tuvo a su cargo lo convirtieron en asunto de interés nacional. La opinión pública asume posiciones respecto a planteamientos y convocatorias. Los aficionados viajan miles de kilómetros para alentar y la información llega al país de la mano de decenas de comunicadores. La clandestinidad de las transmisiones radiales tiene tantas telarañas como las goleadas humillantes.
Pero el romance requiere de elementos que lo renueven. El vínculo emocional necesitaba nuevas emociones y motivos. La Copa América de Argentina está marcando el paso definitivo de una generación a otra y el nacimiento de un discurso marcado por el vigor de Rincón, la flema de Vizcarrondo, el espíritu de lucha de Rondón y la nunca bien ponderada irreverencia de Renny Vega. Esos son los apellidos ilustres del presente, los que hoy aparecen en los dorsales de las camisetas de los hinchas y en las campañas publicitarias.
La épica del partido contra Paraguay acabó de desbordar la pasión y la entrega de la afición con este ciclo. Costó tres años y medio para que el público olvidara el viejo amor y se enamorara de esta versión rejuvenecida del presente. Hoy son más populares los futbolistas que el entrenador, lo que también marca una diferencia respecto al período luminoso que antecedió a esta grey consagrada en Salta.
La selección halló el Nirvana en el sur del continente. Hay un estilo sobre el que se sostiene, una idea en la que los jugadores creen y sobre la que se sienten seguros. Diferente en cuanto a su concepción estética, pero mucho más competitiva.
En Argentina alumbró la Vinotinto de Tomás Rincón; también, y con pleno reconocimiento, la de César Farías.