Domingo 3 de julio. Estadio Único Ciudad de la Plata. Alrededor de las 6 de la tarde. Temperatura gélida y un país entero celebrando el empate a cero contra Brasil. El resultado convierte el hecho en un jolgorio colectivo. Los abrazos unen a un grupo que se siente premiado por su carácter gregario. La convicción de sentir que la suma de las partes supera cualquier evaluación individual, cierra con llave la puerta de los egos.
La fecha dejó un detalle emblemático: se produjo un traspaso de poderes en la selección. Una década después del comienzo del boom vinotinto, Tomás Rincón, el capitán sin banda, asumió el espíritu y la personalidad de esta nueva versión. Son sus valores, su liderazgo hecho de músculo y amor propio, los que cargan de identidad a la Venezuela de este tiempo. Mérito de César Farías que le entregó los galones desde el arranque de su ciclo; pero un logro que trasciende al conductor porque se impone desde su propia condición de futbolista diferente.
Juan Arango también estuvo en la cancha. El general de cinco soles le puso el pecho a las balas aunque su espada, certera y mortífera en tantas batallas, vaya cediendo al peso de tanta refriega. Fueron dos lustros como mascarón de proa de la generación más ganadora. Hoy, víctima de una visión estereotipada que minimiza su aporte porque el presente menos protagónico no resiste la comparación con el pasado glorioso, comienza a ceder el mando de la tropa convencido de que quedará en las mejores manos.
Rincón disputó contra Brasil un partido memorable. Fue su graduación en la elite, el día en que se recibió de figura ante el pentacampeón del mundo, Alma Mater del fútbol universal. Definió el estilo del equipo a partir de su lectura del juego y de ejecutar con firmeza el plan diseñado por el entrenador. Ordenó, pidió la pelota y le dio coherencia al manejo. Quitó y empujó sin desnortar al grupo que lo tiene como guía y referente. En su rostro estuvo dibujado el hito que se decretaría después cuando el juez marcó el final. Su mirada tenía la convicción de quien se sabe dueño de su destino.
Domingo 3 de julio. La Plata, Argentina. Con el planeta como testigo, nació la Vinotinto de Tomás Rincón.