El recibimiento a la Vinotinto fue una muestra más de lo que este grupo generó en el país. Multitudes en las calles de Caracas aclamaron a los futbolistas y al cuerpo técnico que consiguieron el logro más importante en la historia de la selección. Durante tres semanas hubo motivos para imaginar un espacio de convivencia para todos. Y, fuera del uso proselitista que se le quiso otorgar a la fiesta de bienvenida, el homenaje reconoció la conquista y da muestras del sentido de pertenencia que se adosa a las gestas deportivas.
César Farías pidió “un estadio digno para Caracas”. Muchos de los jugadores solicitaron apoyo en las eliminatorias y presencia masiva en los encuentros del campeonato local. El deseo de extender la magia del momento presente apareció en cada declaración. Aprovechar la euforia y convertirla en impulso transformador es tarea de los gestores del fútbol nacional. A quienes, por cierto, corresponde una buena cuota de lo conseguido en este mes de julio de ensoñación que proyecta las ilusiones de los aficionados hasta Brasil 2014.
Los hinchas respaldarán a la selección en la medida que los triunfos acompañen. Así ha sido siempre. El último campeonato local dejó muy buenas cifras de asistencia a los estadios, en buena medida gracias a la masificación que comenzó a abonar la televisión. Pero nadie acudirá a las canchas de manera espontánea o como correspondencia al cuarto lugar en la Copa América de Argentina. La motivación debe sustentarse en la calidad del espectáculo y en eso deben trabajar todos los implicados: los clubes, para forjar instituciones sólidas que apuesten por el crecimiento estructural; y la Federación, como ente aglutinador y organizador de los torneos profesionales.
Es un contrasentido que selección y campeonato local sigan caminos distintos. El equipo nacional debe ser un reflejo de la competencia interna. Y su consecuencia. Los dos productos pertenecen a la Federación y es su responsabilidad lograr que deriven en empresas exitosas. La alegría nunca será completa si no se produce esa comunión de objetivos.
La sanidad y robustez que hoy identifican a la Vinotinto, con planes que se cumplen rigurosamente y abundancia de recursos, deben encontrar equivalentes en aquellos que asumen la formación del talento. Aunque, en muchos casos, se trate de proyectos endebles, incapaces de garantizar su permanencia institucional.
El sueño vinotinto no debe limitarse a la Copa del Mundo. Por elevada que luzca la meta, no deja de ser cortoplacista. Que se escuche el “Gloria al Bravo Pueblo” en Brasil dentro de tres años no será, por sí sola, una señal de crecimiento real. Sí que, en los escenarios locales, sean cada vez más quienes se animen a cantarlo antes de cada partido.