Yohandry Orozco condensa en su genio de futbolista distinto el rico legado de sus antecesores. Hay en este diminuto volante mucho de la explosión de Stalin Rivas, la pegada de Juan Arango, la visión de juego de Gabriel Miranda y el atrevimiento de Félix Hernández. También del carácter heredado de generaciones anteriores que aprendieron a ganar con el viento en contra. Sin ese pasado que reúne sinsabores y alegrías esporádicas, talentos que brillaron en la clandestinidad y carreras a campo traviesa, no podría entenderse la fortalecida autoestima de hoy.
Su gol a Perú en el Sudamericano Sub 20 representa el punto máximo de esa irreverencia, traducida en una maniobra sublime que acarició el planeta y arrancó suspiros a los estetas. En cada partido disputado en Arequipa, Yohandry fue dejando rastros de su instinto, esa condición natural capaz de generar una maravillosa simbiosis entre la geometría de la cancha y el toque de su botín izquierdo. Cada gesto del diez vinotinto derivó en alquimia contagiosa para sus compañeros, beneficiarios indirectos de su mágica relación con la pelota.
Orozco fue la luz en un camino sinuoso marcado por la contradicción: a un equipo dotado de ejecutantes con buen pie y rodaje en primera división, le interesó más el fin que los medios. Puso el resultado como primer punto en la lista de prioridades y acabó juzgado por las estadísticas. Con mayores expectativas, no ganó un solo compromiso y su rendimiento estuvo por debajo de las versiones de 1997, 2005 y 2009, todas clasificadas a la ronda final.
Venezuela acabó eliminada por lo poco recíproca que fue con su jugador insignia. Siempre recibió más de su capitán de lo que el colectivo fue capaz de ofrecerle. El referente apareció para rescatar refriegas ásperas o solucionar trámites nublosos, pero cuando fue él quien necesitó del auxilio de un funcionamiento grupal que lo potenciara (como contra Chile), sus demandas recibieron respuestas tibias.
El seleccionado juvenil se preparó bien para el torneo, pero el cuerpo técnico no acertó en la planificación de la competencia. Como los atletas de pista y campo, llegó al punto de largada pleno de condiciones pero equivocó la estrategia de carrera. La Vinotinto disputó cuatro compromisos en ocho días y en ellos empleó una base que, con pequeñas modificaciones, se mantuvo inalterable. Sin rotaciones, encarando cada choque como si fuera el último, el desgaste físico mermó la capacidad de respuesta y oscureció las ideas en el peor momento posible.
Hubo en este grupo comandado por Marcos Mathías algunas señas de identidad que hicieron recordar a la selección mayor. Para lo bueno y para lo malo. No faltó entrega y compromiso, pero sí una mejor administración del esfuerzo. Y en eso influyó el gasto de energías para correr en espacios muy amplios por lo largo que se desplegó el equipo, tanto cuando atacó como cuando le tocó reagruparse.
Para que un atacante o un mediocampista pudieran pisar el área rival tenían que recorrer una gran cantidad de metros. Y luego desandar el camino para ocupar espacios y defenderse. Cuando llegó el momento de pasar cuentas, las cifras de oxígeno estaban en números rojos.
La mejor noticia del paso de la Sub 20 por Perú fue la venta de Yohandry Orozco al Wolfsburgo de Alemania, conocida la misma noche de la eliminación. Una vez más, por obra del estruendo de su figura, sus compañeros pasaron de puntillas ante el fracaso deportivo del que apenas se escribieron unas líneas.