Las salidas de José Manuel Rey, Luis Vera y Darío Figueroa del Caracas FC constituyeron el punto final en el proceso de adopción de un nuevo modelo económico y deportivo, cuyas repercusiones tendrán que ser evaluadas en el tiempo. Con la promoción de jugadores de sus viveros como norte, la directiva roja apartó del plantel a sus últimos símbolos, asumiendo el enorme costo que una medida así puede conllevar tanto en resultados como en crecimiento.
El despropósito de la acción, concebida en circunstancias poco transparentes, marca el inicio de un ciclo que podría abrir una brecha en el camino ganador de la institución que más títulos acumula en el fútbol venezolano. Fuera de los motivos que impulsan a sus jerarcas a dar un viraje de tales proporciones en su filosofía – para el que están plenamente facultados como propietarios del club– hay un elemento en común que enlaza todos estos pasos: Noel Sanvicente.
Curioso elemento éste. El entrenador más exitoso y popular en la historia del equipo de la Cota 905, padre futbolístico de una generación híper laureada y autor intelectual de la estructura que sostiene sus divisiones inferiores, se convierte, por obra y gracia de su ideario innegociable, en el anticristo de los avileños. Un personaje cuyo recuerdo hay que defenestrar, arrastrando con todo lo que aún mantenga su aroma. La sombra de Chita ejerce un peso superlativo en el Caracas. Y desde adentro responden execrando a quienes fueron sus lugartenientes.
Caracas avanza hacia derroteros impredecibles, marcado por un esquema de negocio sin garantías cuyas bases están en el extremo opuesto de lo que Sanvicente instauró con tino durante su gestión. Apostar a los valores noveles no es, en sí mismo, un desacierto; pero cargar sobre elementos bisoños la responsabilidad de mantener el lustre de un conjunto acostumbrado a ganar (y con enormes exigencias para que mantenga esa línea) implica colocarse al borde de un precipicio.
Si el asunto es filosófico, hay un debate que sostener: ¿tiene sentido hipotecar prestigio para acelerar la llegada a la alta competencia de gente inexperta? Si, por el contrario, la motivación es económica habría que plantearse si el camino hacia una autogestión eficiente puede fundamentarse en la subasta de patrimonio, con todos los riesgos que lleva adosados.
Ceferino Bencomo no es al Caracas lo que Pep Guardiola es al Barcelona. Ni por asomo se trata de modelos similares. Al Barsa lo define su estilo, inculcado durante dos décadas en sus granjas, al que añade una política de fichajes de alto rango y un perfil empresarial que genera ingentes sumas en rubros extraordinarios. Los triunfos fortalecen su imagen y valorizan sus activos, que solo entran en el juego del mercado porque la abundancia de talento obliga a decantar.
Los rojos parecen dirigirse más bien hacia otro tipo de esquema, similar al que adoptaron River Plate y Boca Juniors en Argentina. Lo pernicioso del mismo está a la vista: los dos cuadros emblemáticos de ese país pasan por sus horas más bajas. Vendieron futbolistas de forma indiscriminada, cavando hasta el fondo de sus canteras hasta casi agotar la veta para saldar sus deudas. El precio fue perder supremacía deportiva local y continental.
¿Hacia dónde va el Caracas? ¿Lo tiene claro su hinchada? Vista la reacción de sus seguidores tras la purga de algunos referentes, no parece que esté en sintonía con lo que hace el club. Y esta vez los cantos que bajan desde las gradas del Olímpico para recordar al DT que llevan en el corazón, no moverán las fibras de quienes deciden por ellos.