lunes, 20 de diciembre de 2010

Armonía de fin y medios

La era de la información acabó con la revoluciones en el fútbol. Su propia universalidad, ahora aderezada con las bondades y desdichas del mundo global, acerca patrones y modela tendencias. Ya no hay secretos, ni sistemas novedosos, ni jugadores desconocidos que irrumpen de la nada para sorprender al planeta como ocurría en tiempos que ahora se recuerdan en sepia. El talento surge de los más variados confines, pero su uso se estandariza tanto como cualquier franquicia multinacional. Lo singular es una rareza; lo común, el pan de cada día. Los medios de comunicación multiplican el mensaje masificador, construyen ídolos de barro y transforman en materia noticiosa lo que antes escapaba al control de los sentidos. Hasta que apareció el Barsa de Pep Guardiola.

El fenómeno azulgrana, en pleno proceso de consolidación filosófica, está transformando al deporte, dotándolo de un significado que es a la vez simple y extremadamente complejo: la asociación armónica y funcional alrededor de la pelota; la velocidad y precisión en la elaboración; el pressing como argumento defensivo; y el movimiento posicional constante que hace flexibles los dibujos tácticos y transmuta la dinámica misma del juego, son conceptos que sus futbolistas ejecutan con arte y maestría. 

Cada salida a la cancha del Barsa se convierte en un hito. La forma en que demuele a rivales de distinta enjundia, con la suficiencia imperial de quien se sabe en otra dimensión, despierta la admiración del orbe y pone a pensar a los entrenadores. Su modelo es inimitable por único y porque nadie podría agrupar en un mismo plantel semejante coro de intérpretes. El genio de Lionel Messi, Xavi, Iniesta, Villa, Busquets, Pedro, Alves, Piqué y compañía engrandece la propuesta. Y el funcionamiento colectivo, fruto del trabajo de un preparador que ya es referencia universal en su gremio, potencia el nivel de sus individualidades. 

La evolución constante es parte de su característica. El prototipo con el que Guardiola arrancó su andadura en la primera división de España, se llenó de títulos pero no se apoltronó en sus logros. Lo contrario: mientras sus rivales analizan cómo desactivar su puesta en escena, el DT avanza un grado más en el perfeccionamiento del mecano, reinventando movimientos y piezas para exprimir todas las opciones posibles en la geometría de la cancha.

¿Cómo medir su grado de influencia? Todavía es pronto para sacar conclusiones. El cuadro catalán podría producir un efecto mimético, pero también reparos en quienes entienden como una tarea ciclópea imitar sus formas. Hay mucho en su ideario que es producto de la maceración de una idea en sus divisiones inferiores. Dos décadas entregadas a la consolidación de un estilo –y la política del club de abrir las puertas a lo que nace en sus viveros– facilita la integración constante de jugadores con un ADN excepcional. Pero, más allá de los valores individuales, hay una intención novedosa acerca de cómo entender el juego y ofrecer respuestas colectivas innovadoras, que constituyen el núcleo de su trascendencia.

El Barsa refundó el fútbol, lo hizo diferente y aún se desconocen sus propios límites. Cada partido es un desafío a la lógica y una invitación a perpetuar la excepcional simbiosis entre belleza y eficacia que forma parte de su legado. Lirismo y pragmatismo unidos como nunca antes en dosis ricas y constantes. El fin y los medios en perfecta armonía.