lunes, 10 de mayo de 2010

Por amor a la patria

Jeffren Suárez fue sometido a juicio sumario la semana pasada tras unas declaraciones concedidas al comunicador Richard Méndez, a través de la página web de ESPN. Allí, el delantero del Barsa nacido en Ciudad Bolívar hace 22 años, respondía ante la interrogante respecto a una eventual convocatoria de la Vinotinto afirmando que “no cree” que aceptaría porque en dos oportunidades le “negaron la camiseta”. En su voz, Suárez dejó ver cierta incomodidad con el tema y también algo de resentimiento. Al instante, el delantero fue considerado indigno de defender a la selección porque, desde un fundamentalismo absurdo, se asume que no siente los colores nacionales.

El discurso tiene una carga de rancia demagogia y al tiempo niega un hecho incontestable: ningún federativo ha establecido contacto directo con Suárez para saber, de su propia voz, si estaría dispuesto o no a jugar para Venezuela en el futuro. Y el mismo concepto vale para otros elementos que, como Fernando Amorebieta o Julio Álvarez, están en una situación similar. 

Las selecciones no son ejércitos ni los jugadores soldados a los que se les debe exigir fidelidad a la nación. El grado de compromiso de los convocados no puede medirse por valores patrioteros. Manipular a la opinión pública con argumentos de este calado implica estrechez de miras y una profunda ignorancia. El rendimiento en la cancha no depende de cuántas estrofas del himno nacional sea capaz de cantar un futbolista, o de si su acento al hablar tiene un dejo castizo. El fin último debe ser la obtención de triunfos y objetivos deportivos, no el descubrimiento de la nueva raza aria vinotinto.

Si el llamado de Jeffren Suárez o de cualquier otro nombre, nacido o no en el país, contribuye a elevar el nivel de la selección, el técnico nacional y la dirigencia deben abocarse para procurar su participación. Es su obligación.

El mundo del fútbol ofrece cantidad de ejemplos, en el pasado y en el presente, que le dan sentido a esta aseveración. Francia fue campeona del mundo en el 98 con Marcel Desailly, nacido en Ghana, como uno de sus baluartes y un joven David Trezeguet, criado en Argentina, en su plantel. El rioplatense Mauro Camoranesi dio la vuelta olímpica con Italia en Alemania 2006. Y la más reciente versión de España, monarca en la Euro 2008, contó con Marcos Senna, natural de Brasil, en el grupo de sus titulares indiscutibles.

En la lista de preseleccionados para Suráfrica 2010 de Gerardo Martino, entrenador de Paraguay, figuran Nestor Ortigoza, Jonathan Santana y Lucas Barrios, todos originarios de Argentina. Portugal cuenta con Deco y Pepe, brasileros los dos, para pelear por el título en la Copa del Mundo. Suiza mostrará el talento colombiano de Johan Vonlanthen. México apostará por los goles del argentino Guillermo Franco para tener una buena figuración en el Mundial y Nigeria mostrará el talento de Peter Odemwingie, quien vio la luz en Uzbekistán.

El inventario podría completarse con Guy Demel (francés), lateral derecho de Costa de Marfil; Stuart Holden (escocés), volante de Estados Unidos; Lukas Podolski y Miroslav Klose (polacos), delanteros de Alemania; Giuseppe Rossi (estadounidense), atacante de la Azzurra; y casi la mitad de los integrantes de Argelia muestran en su pasaporte a Francia como país de nacimiento.

Si a usted le cuesta ubicarse respecto a la diatriba, bien podría servirle el siguiente ejercicio futurista: Octubre de 2013. Venezuela derrota a Paraguay 1-0 en Puerto Ordaz y clasifica al Mundial de Brasil, con gol de Jeffren Suárez. ¿Saldría a las calles a celebrar la gesta, o se quedaría en casa discutiendo si el goleador es o no un auténtico compatriota?