Hace poco más de una semana, el anunciador del Deportivo Italia aturdía a los espectadores en el Olímpico a través del sonido interno. Lo que debería funcionar como un elemento de información, derivó en una suerte de arenga más propia de un templo religioso que de un estadio. Los dos equipos venezolanos que disputaron la Copa Libertadores, con transmisiones televisivas que llegaron a todo el continente, se midieron en un marco de escasa concurrencia y mucha contaminación acústica. Factores que, sumados, alejan al público de los graderíos.
El miércoles pasado, Caracas y Táchira jugaron el partido más importante del fútbol venezolano en un ambiente inmejorable. Tribunas a reventar, colorido y la violencia medianamente controlada, configuraron un cuadro atractivo y mercadeable. Hasta las vallas electrónicas, colocadas para la ocasión, le otorgaron un brillo inusual al espectáculo. Los protagonistas también contribuyeron a darle nivel a un encuentro que, paradójicamente, solo pudieron observar unos pocos. La situación contrasta con la anterior, pero también ayuda a dibujar el panorama. Sin TV abierta, confinado a una plataforma de escaso alcance, buena parte del país estuvo de espaldas al clásico.
Fue una oportunidad más que la Federación Venezolana de Fútbol dejó pasar para publicitar su producto. Con una concepción jurásica de la gerencia deportiva, a contracorriente de lo que pasa en el planeta, el campeonato nacional se muere de mengua, en el límite de la clandestinidad, apenas impulsado por la difusión que ofrecen los medios impresos y electrónicos. Ni los popes federativos, ni los jerarcas de los clubes, dan pasos adelante hacia la modernización. Muchos equipos quiebran o desaparecen, sin recursos propios ni autogestión, atentos al aporte de un mecenas o asidos al sueño de entrar a un torneo internacional que les deje algunos fondos para correr la arruga.
La generación de recursos alcanza para unos pocos y los ingresos extraordinarios ni siquiera llegan a ser eso. Las camisetas del Caracas o del Táchira se venden en cantidades interesantes, pero en eso tiene más que ver la exposición que reciben de las transmisiones internacionales y la fidelidad de sus hinchadas, que los esfuerzos de la dirigencia. La aritmética “empaque atractivo + organización eficiente” que mueve el interés del gran negocio audiovisual, no ha sido entendida por quienes manejan el fútbol local, que durante décadas han alterado el orden de los factores.
No basta con una buena negociación que permita repartir sumas ingentes entre todos los equipos por los derechos de televisación. Sin un planteamiento de reforma serio, con una estructura renovada, planes de marketing avalados y capacitación idónea del recurso humano, es inviable imaginar un futuro promisor. El acuerdo establecido hace tres años con Sport Plus, que vence con la finalización del torneo Clausura, dejó dinero y buenas intenciones, pero ningún beneficio en la masificación. Se hipertrofió el campeonato doméstico, disminuyó la calidad y las asistencias no pueden sostener las pocas inversiones que se hacen.
La FVF estudia ofertas que le llegan desde distintas empresas televisivas y hay rumores que hablan de cambios en el formato de competencia en 2011 para atraer a más patrocinadores. Es positivo experimentar con nuevas fórmulas, pero la transformación real es un asunto de fondo y no de forma.
Pocos días atrás, en el Olímpico caraqueño, el hombre llegó a la luna. Para quienes no estuvieron allí, los viajes espaciales siguen siendo una utopía. Los responsables del absurdo tal vez necesiten un telescopio.