Más que por la publicación de las primeras listas con los jugadores preseleccionados para Suráfrica 2010, en Venezuela la inminencia del Mundial de fútbol se manifiesta a través de un hecho único y singular: las banderitas. La gente en sus carros pasea los colores nacionales de los países participantes, posicionándose por afinidad, vínculos familiares o simple esnobismo. Da igual. Con el paso de los días será más la norma que la excepción y habrá quien se anime a pasear el pabellón de Costa de Marfil, en plena Copa, si el equipo de Didier Drogba se convierte en revelación del torneo. El paisaje mundialista, en un entorno que lo mira desde lejos, inspira auténticas pinturas surrealistas.
El negocio de los fabricantes de banderas vivirá durante el próximo mes y medio sus días de mayor esplendor. Así como habrá una rotunda borrachera de números verdes en los libros de contabilidad de las tascas, restaurantes y centros comerciales. Lo folklórico se mezcla con valores alienados. Expresados esos sentimientos en libertad y haciendo uso legítimo del libre albedrío, no dejan de producir reflexiones en quienes se animan a debatir sobre este rasgo tan particular de nuestra idiosincrasia.
Los periodistas –y los medios en los que laboramos– tenemos una cuota de responsabilidad en esta especie de malentendido. El país de las banderitas es capaz de hacer un listado de quiénes son los candidatos al título; retratar al detalle la vida y obra de los jugadores llamados a convertirse en figuras, incluso reparar durante 31 días sobre la existencia de Suráfrica, una nación al alcance de Google que gracias al milagro del fútbol será algo más que la marca que identifica a Nelson Mandela. La lluvia de mensajes cala y el peso de la información que se produce allende nuestras fronteras es abrumador. El fenómeno global vale como argumento, pero mientras lo local mendigue el reconocimiento de quienes deciden lo que es noticia, el panorama no luce alentador.
Buena parte del país de las banderitas desconoce que el venezolano Tomás Rincón acaba de terminar su primera temporada completa en el Hamburgo de Alemania. Que se ganó la titularidad en muchos de los partidos de su equipo en la Bundesliga y fue parte del plantel que llegó hasta semifinales en la Europa League.
Mientras las banderolas ondean por las autopistas de Caracas o Maracaibo, Miku Fedor terminó con buena nota su campaña de estreno en la primera de España, marcando goles para el Valencia y el Getafe, los dos clubes a los que defendió. En Bélgica, Roberto Rosales logró entrar a la Champions después de ser titular y consagrarse campeón de Copa con el Gent.
Oswaldo Vizcarrondo no será motivo de inspiración de una insignia, pero se consolidó como un defensor de raza en el Once Caldas de Colombia. Y el arquero Rafael Romo debutó el último sábado en el Calcio con la camiseta del Udinese.
Pocos habrán colocado una banderita sobre las puertas de su vehículo por alguno de los casi 50 futbolistas nacidos en esta tierra que participan en torneos extranjeros, o para festejar la clasificación de la Vinotinto femenina Sub 17 que disputará el Mundial de la categoría en Trinidad y Tobago en septiembre.
Una vez se inaugure Suráfrica 2010, los venezolanos nos sumergiremos en la fiebre mundialista tal como ocurre cada cuatro años. Habrá caravanas y comparsas, romerías impostadas transmitidas en vivo y directo, y una euforia que solo se detendrá el 11 de julio. Ese día, en algún lugar del planeta, habrá miles de hinchas orgullosos que saldrán a las calles a celebrar el triunfo de su selección. Gane quien gane, en el país de las banderitas también habrá jolgorio.