Eduardo Saragó es un técnico exitoso y el Deportivo Italia respondió con coherencia para respaldar su proyecto. Perdió el torneo Apertura 2009 y el Clausura 2010 en la última fecha, pero fue el entrenador del año en el fútbol venezolano. Los directivos reconocieron la eficacia de un trabajo que se tradujo en resultados deportivos y crecimiento institucional, extendiendo el contrato del estratega hasta mayo de 2012. Toda una muestra de sensatez en un medio que no suele estar dispuesto a premiar el sentido común.
Saragó completó su segundo año como timonel azul con unos registros contundentes: hizo 69 puntos en la tabla acumulada (tercero), su equipo fue el más goleador en el global tras el Caracas (62 tantos a favor) y ocupó la primera casilla en el diferencial general de goles (+31), igualado con el Deportivo Táchira. Todo eso acompañado por una más que correcta participación en la Copa Libertadores de América, a la que los azzurri regresaron después de un cuarto de siglo de ausencia.
El preparador, de 28 años de edad, se hizo cargo del Italia en una situación comprometida, en pleno cambio de manos en su junta directiva y con un flaco patrimonio. 24 meses después, la realidad apunta en otra dirección: el grupo de jugadores que son propiedad del club aumentó exponencialmente, la estructura interna ha ido adaptándose a las exigencias de un cuadro profesional y ya van tomando forma los proyectos de construcción de una cancha de entrenamiento. Un legado que, en mayor o menor medida, no hay quien no le reconozca a Saragó.
En la cancha, su idea de juego también ha ido madurando. Estableció una base con la que disputó los dos últimos torneos y supo buscar los refuerzos adecuados para fortalecer su concepto. Elementos como Diomar Díaz, Gianfranco Di Julio, Richard Blanco, Félix Cásseres, Rafael Lobo o Juan Pablo Villarroel emergieron como piezas de valía y adquirieron el roce necesario para competir con solidez en la alta exigencia. Y el rodaje de gente como José Carlo Fernández, David Mc Intosh, Marcelo Maidana, Javier López, Gabriel Urdaneta o Cristian Cásseres le ayudaron a construir un bloque dinámico que, sobre la base de un 4-4-2 flexible, fue descubriéndose como un cuadro equilibrado, ordenado para ocupar los espacios y de transición defensa-ataque veloz, que ofreció notables resultados.
Desde la convicción, Saragó fue seduciendo a los suyos con una idea fundamentada en el conocimiento y un cuidado obsesivo por los detalles. Sus futbolistas lo respetan por cómo trabaja y porque aquello que les transmite acaba luego reflejado en el terreno. En las peores condiciones posibles, armando jornadas de trabajo mientras sus dirigidos se cambiaban en el interior de sus vehículos antes de cada entrenamiento, ha sabido sacar partido de una panoplia de herramientas con las que estudia a los rivales y elabora estrategias ofensivas en jugadas de pelota quieta, de las que ha obtenido mayor rédito que nadie en el último año.
La Vinotinto es un sueño a futuro para un técnico capaz, que recita de memoria las formaciones de sus rivales y extrae ejemplos del fútbol mundial para darle forma a su discurso entusiasta y apasionado. Toda esa energía, acumulada a partir de una carrera como futbolista frustrada prematuramente por una lesión, la vuelca ahora en este proyecto con el que se identifica y hace suyo día a día.
Asegura a quien quiera oírlo que, antes que un título, quiere que su club tenga una cancha propia. Pero, con el empuje de quien va detrás de la gloria, Eduardo Saragó no deja de ponerle cimientos a su propia utopía.