lunes, 22 de marzo de 2010

El nuevo modelo rojo


La salida de Noel Sanvicente de la dirección técnica del Caracas plantea una cuestión que trasciende al hecho noticioso, harto reflejado en los medios durante los días precedentes. El timonel quiso tantear a sus directivos en una situación de tirantez en la relación –alimentada por rumores y sospechas– y el equipo decidió cogerle el guante para dar el viraje definitivo a una política institucional a la que Chita no se ajustaba.
Philip Valentiner, dueño del Rojo, tiene una idea de club distinta a la del ahora ex preparador. Fuera de los títulos alcanzados, de la consolidación de un estilo con el que se identifican sus hinchas y del fenómeno social que derivó como consecuencia, a la actual conducción no le basta con las glorias deportivas: su principal objetivo, a la luz de las declaraciones hechas por el propio heredero de Guillermo Valentiner, es la promoción y venta de futbolistas para convertir al cuadro caraqueño en una inversión rentable.
El planteamiento tiene fundamentos lógicos. Como gestor de una empresa, Valentiner pretende que los números terminen en verde y él debe velar por esos intereses. Lo que habría que preguntarse es si el dirigente está siguiendo el camino correcto para ese fin, y si es realmente compatible ese concepto con el sostenimiento de un conjunto que pueda seguir imponiéndose con contundencia en el torneo local y obtener el prestigio en Suramérica que soñó su fundador.
Sanvicente terminó su ciclo mucho antes del rocambolesco episodio del pasado jueves. La ruptura se inició cuando, desde las oficinas, comenzó a recibir presiones para que alineara a determinados futbolistas que al jerarca le interesaba colocar en la vitrina. Ajeno a todo ese mundillo de representantes, comisiones y trapisondas, al estratega le hacía ruido lo que iba percibiendo en el entorno: más que el acercamiento con la selección y con César Farías, a Chita no le parecía leal que se saltase por sobre su figura para planificar cuestiones que debían ser de su absoluta incumbencia.
Los resultados en la cancha, el respaldo de la afición en las gradas e incluso su  imagen mediática, sostuvieron al entrenador que fue responsable directo de la mitad de los títulos del Caracas. Pero hace tiempo que su presencia se había convertido en un obstáculo para las nuevas pretensiones del cuadro de sus amores, que descubrió los atajos del negocio antes que los senderos que conducen al verdadero crecimiento.
El presidente de los Rojos del Ávila admitió los encuentros con Farías y dijo, con asombrosa candidez, que los mismos tenían por objeto producir un acercamiento que fortaleciera sus nuevas directrices.
El asunto, como mínimo, tendría que generar una discusión. Promocionar elementos noveles, tanto en el Caracas como en la selección, debería ser la consecuencia del rendimiento en la cancha de esos valores; no la razón que alimente el tráfico de jugadores y favorezca el enriquecimiento de unos pocos.
La postura expuesta por Valentiner y por la que, en esencia, Sanvicente dejó de ser el conductor de los rojos, se acerca más al proyecto de un equipo pequeño que al de uno que aspire a la grandeza. Como garante de su propiedad, el directivo está en pleno derecho de adoptar el modelo que mejor le parezca, aunque el mismo provoque la toma de decisiones que no son bien recibidas por su fanaticada.
Lo que no parece de recibo es que el Caracas se asuma, en esta nueva etapa, socio de la Vinotinto en sus propósitos comerciales. El seleccionado nacional no puede ser visto como un trampolín que sustente la industria de fichajes de talentos venezolanos hacia otros mercados. Hasta el día de hoy, todos suponemos que no es así. ¿O habría que comenzar a planteárselo de otro modo?