Chuy Vera |
En el término de una semana, tres clubes de la primera división cambiaron a sus técnicos. Lara, Petare y La Guaira optaron por cesantear a quienes iniciaron el Apertura para buscar, cada uno en sus propios contextos, soluciones a la coyuntura. Chuy Vera, Saúl Maldonado y Carlos Ravel culminarán los proyectos que otros iniciaron y sobre los que deberán aportar resultados. Una labor en la que no solo cuenta la capacidad del preparador. La respuesta colectiva para cambiar las dinámicas negativas puede encontrar asidero en el liderazgo del nuevo timonel, pero no es el único soporte.
Los equipos no siguen una línea coherente que defina el camino. Sin una directriz que delimite con claridad los parámetros estructurales, difícilmente habrá consistencia en las decisiones deportivas. Desde la elección del entrenador hasta la conformación de los planteles. Incluso las llaves maestras de acción que identifican una enseña deben estar determinadas sin ambigüedad: si la vía es formar para vender o si, por el contrario, la mira está puesta en alcanzar títulos a corto plazo. En cada caso, las disposiciones serán distintas.
Administrar sobre esos principios no garantiza el éxito, pero sí traza una bitácora más lógica de gestión. Con las mismas nociones que definen a una empresa, los clubes de fútbol deben determinar el objeto que los conforma, la misión que los guía y los objetivos que se marcan. A partir de ahí, puede armarse un proyecto que clarifique un estilo de juego, ubique a los más capaces para llevarlo a cabo y establezca presupuestos idóneos para su ejecución.
Lara ha dado bandazos desde que Eduardo Saragó culminó un ciclo brillante. Primero fue una profunda crisis en sus bases; luego, el extravío de quienes se hicieron cargo generó esquizofrenia e inestabilidad. El cese rocambolesco de Lenín Bastidas, la indefinición en el rol de Rafa Santana y el nombramiento posterior de Vera, no hablan de sentido común en la conducción. Por encima de todas las cosas, alimenta la confusión general y obliga a redoblar esfuerzos.
En Cabudare deberán tener claro que con el nuevo DT adquieren también unas señas de identidad muy específicas que llevará tiempo conjuntar. Táchira no lo entendió en su momento al optar por los mismos profesionales luego de que Jorge Luis Pinto los llevó a su última estrella y la impaciencia abortó el proyecto a las pocas fechas. Las consecuencias del despropósito gerencial todavía las está pagando.
La inconsistencia en Petare ha sido la norma prácticamente desde que decidió adoptar su nueva denominación. Con Manuel Plasencia tuvo firmeza ya con una plantilla menor. La reducción presupuestaria derivó en el desarrollo de talento joven que mantuvo los niveles competitivos, ajustados a su realidad. Pero sus jerarcas fueron seducidos por cantos de sirena, cortaron el trabajo de Plasencia y se convirtieron en candidatos al descenso. El mayor de los Maldonado será el tercer técnico en menos de un año.
En La Guaira hay un cortocircuito conceptual. Herederos del Real Esppor, sus nuevos propietarios recibieron a un conjunto hipotecado pero con una cantera riquísima. Pusieron mucho dinero para incorporar a Franklin Lucena y Renny Vega, al tiempo que le dieron las riendas a un estratega joven, conocedor de los viveros, pero al que condenaron por no cumplir con metas desproporcionadas. De nuevo, la ausencia de norte devino en fracaso deportivo.
Los cambios de timonel siempre generan expectativas e ilusiones renovadas, pero el viento no soplará a favor sino no se remiendan bien las velas.
* Columna publicada en el diario El Nacional (04/11/2013)