La paridad en los puestos de vanguardia del torneo venezolano dibuja dos escenarios claramente definidos: la mayor competitividad otorga opciones a un número más amplio de equipos y las diferencias que proclaman los presupuestos son más tópicas que reales. El asunto puede verse también bajo diferentes parámetros. El optimista se aferrará a lo bien que le hace al campeonato la incertidumbre y la pugna constante hasta el final para definir al nuevo monarca. Quien mira las cosas con escepticismo, pensará que el nivel se emparejó ante la debilidad de los grandes para marcar distancias.
Al sorpresivo Carabobo se unió Atlético Venezuela en su campaña de confirmación. Ambos se sumaron al lote de los candidatos tradicionales, junto al campeón Zamora y el infatigable Anzoátegui manteniendo sus credenciales. Caracas, Mineros y Táchira, números puestos en todos los pronósticos, pelean para cumplir con el peso de las exigencias. Por historia, por inversión o por ambas, esas tres camisetas deben responder a otro tipo de demandas.
Qué hace que todo sea tan parejo por arriba es una buena pregunta para aproximarse al análisis. Nada hace pensar que el panorama cambiará en las últimas tres fechas, por lo que conviene abrir la discusión y encontrar motivos. Una cuestión elemental se centra en los jugadores: los altos sueldos que algunos devengan solo divide desde los números; en la cancha, la realidad es otra y nóminas modestas pueden plantar cara al plantel más ostentoso. Ergo, la elite del país es básicamente nominal y la selección, un parámetro que estandariza el talento, hace rato que fijó su base en los futbolistas que actúan en el exterior.
No puede afirmarse, sin embargo, que el dinero sea un detalle menor. Como ocurre en todos lados, los más poderosos lindan su territorio y actúan como pirañas en el mercado. Salvo Aragua, las plantillas más costosas están peleando por el título, incluyendo a Carabobo aun en su condición de recién ascendido. El tema está en que, debido al origen de los fondos –en la mayoría de los casos producto de la dádiva gubernamental– la riqueza no es producto del crecimiento estructural y la endeblez es tal que el opulento de hoy puede ser el pobre de mañana.
Lo más significativo en el desarrollo del Apertura 2013 puede que esté, más que en lo estrecho de las ubicaciones de los que pelean por dar la vuelta olímpica en diciembre, en la enorme brecha establecida con la clase media. Allí sí ocurre una división significativa que separa a pudientes de desheredados y que, con contundencia, dibujas las auténticas miserias del torneo.
Otro factor, probablemente el más determinante, está en los entrenadores. Allí sí hay razones válidas para establecer una paridad de capacidades. Richard Páez, el técnico de más alcurnia del país, compite con noveles como Jhonny Ferreira o Juvencio Betancourt, cuyos métodos y conformación de grupos multidisciplinarios de preparación, elevan el estatus de sus conjuntos.
Chita Sanvicente, el estratega con más estrellas, mide sus condiciones ante los ya laureados Eduardo Saragó o Daniel Farías, ambos jóvenes con una magnífica proyección. Ellos, y José Hernández, quien ha potenciado al Atlético Venezuela valiéndose del sentido común y el buen criterio de sus dirigentes, conforman una estirpe invaluable. Aunque apenas se les considere en la lectura global, su incidencia en el crecimiento de la última década y media ha sido sustancial.
El de los DT fue el gremio que más creció y el secreto no revelado que explica el actual equilibrio de fuerzas.
* Columna publicada en el diario El Nacional (18/11/2013)