El ardid se convierte en excusa con el paso de los años: las malas actuaciones de los equipos venezolanos en la Copa Sudamericana no son un asunto de calendario. Si Mineros trascendió y fue más que Barcelona de Guayaquil en su serie fue por su buena preparación para la competencia. Que la suerte de Lara, Trujillanos y Anzoátegui haya sido otra, también tuvo que ver con la ruta que eligieron para enfrentar el nivel internacional. Otra cosa suena a coartada, a responsabilizar a terceros de las desventuras propias.
Las pretemporadas cambiaron su perfil. Nuestro fútbol viró los esquemas del acondicionamiento físico. La modernización en los métodos de trabajo derivó en una concepción distinta de este ciclo que antecede a la búsqueda de puntos. Enfatizar en el desarrollo de la idea de juego más que en el aumento de las cargas, es una seña con la que se identifican varios técnicos que ejercen en la primera división. De allí que los contrastes que aparecen en los enfrentamientos contra rivales continentales se asocien más al cómo se asumen estos torneos que al tiempo en el que se presentan.
Claro que sería óptimo encarar estos retos con un puñado de partidos oficiales como aval, pero nadie puede sostener que los resultados estén claramente vinculados a esta desventaja. Si los planteles no se refuerzan convenientemente ni se asume como una prioridad el careo con expresiones foráneas, acabará siendo una anécdota si los encuentros se disputan en agosto o en octubre. Las falencias aparecerán en cualquier circunstancia y el éxito dependerá del azar.
Los cambios que la prensa reclama en la estructura del campeonato local no son asumidos como demandas por los interesados. Por eso se mantiene el mismo formato y el cupo internacional no opera como incentivo para planificar las temporadas con otro enfoque. Mineros fue la excepción y, aunque en su momento también se valió del tópico, la apuesta que hizo por darle empaque a su nómina para que su paso por la Sudamericana no fuese testimonial, redundó en una magnífica eliminatoria que consolidó su imagen fuera del país.
Allí está el punto nuclear que lo explica todo. Sin objetivos claros sobre los que gire desde la estrategia del entrenador hasta las medidas de los directivos, cualquier intento para explicar una performance deficiente sonará vacío. No puede sostenerse sobre los mismos pilares una campaña que incluya torneos en el extranjero respecto de otra que se circunscriba al ámbito doméstico. Las metas caseras requieren recursos de otro calado. El desconocimiento del compromiso adquirido no puede seguir hipotecando, año tras año, el prestigio extra fronteras de los cuadros criollos.
Qué decir de Anzoátegui y su aventura copera. Aunque no haya cómo corroborar con datos tangibles la incidencia de las malas decisiones de sus cabezas visibles, el devenir deportivo no es una pieza aislada, inmune a los despropósitos. Más que el fixture o el peso de la pretemporada, el equipo de Juvencio Betancourt padeció, ante el rival más débil de todos, los desaciertos de su propia estructura organizacional. Esa fue su mayor tara.
La evolución no se adquiere por decreto. El principal enemigo de los clubes es su propia incapacidad para proyectar lo que una buena figuración internacional les puede reportar. Mientras sigan soslayándola, el destino quedará marcado por el mismo sino. Aunque siempre queden al alcance las manidas explicaciones que no aclaran nada.
* Columna publicada en El Nacional (12/08/2013)