Los equipos grandes cargan como una herencia de su propia historia la obligación de ganar títulos. Así lo entienden sus grupos de fieles y es lo que recibe el jugador como carga intangible adosada a la camiseta. Con más o menos inversión, las estrellas en el escudo son una demanda, una deuda permanente con intereses variables que engorda con el pasar de los torneos sin vueltas olímpicas. Caracas y Táchira iniciarán el Apertura 2013 con esa obligación y no hay paraguas abierto que resista una excusa pueril.
El torneo venezolano define a los favoritos a partir de dos elementos claramente diferenciados: el linaje y el nuevorriquismo. Las estrellas distinguen a los primeros y los capitales son la puerta de entrada de los segundos. Cuando arranca una nueva temporada, el cuadro que peleó por la corona meses atrás puede estar condenado a una campaña gris y el marginado de principios de año derivar en candidato sólido. La fragilidad de los pronósticos puede apuntar a una competitividad ilusoria.
Táchira está en un lugar sin coartadas que lo coloca a la cabeza entre los aspirantes a la primera corona en disputa. Su plantel no sufrió grandes alteraciones, realizó una pretemporada profunda y su cuerpo técnico cuenta con el aval del tiempo de trabajo acumulado. Daniel Farías siempre sacó buen rendimiento en el largo plazo y da la impresión de que sumó las piezas que requería el proyecto para darle empaque a su funcionamiento. La adición de Yohandry Orozco debería fortalecer su juego en fase ofensiva y los seis meses de adaptación de José Miguel Reyes y Gelmín Rivas debería acercarlos a la versión vista de ambos en el Anzoátegui campeón.
La situación del Caracas ofrece un panorama distinto en la forma, pero de un conjunto conducido por Eduardo Saragó siempre debe esperarse que sea competitivo. A la razzia inicial se fueron añadiendo elementos curtidos en el torneo local, muchos con un pasado que los vinculó al DT en otras empresas. La plantilla del Rojo es amplia, con dos efectivos por puesto y, aunque no haya entrado en el mercado con rimbombancia, tendrá fuerza para hacerse sentir. Las diferencias que ofrece el talento disponible dentro del país son mucho más sutiles de lo que determinan las cifras.
A Mineros le corresponde cargar con sus propias promesas y hacerle honor al fuerte dispendio hecho en los últimos años. Richard Páez pidió refuerzos, descartó jugadores que no calzaron en su modelo y es de esperarse que el prototipo con el que asumirá los retos de este campeonato engrane y tome forma. Al manejo de pelota como consigna irrenunciable, los de Guayana incorporaron velocidad. La cancha de Cachamay, amplia y durísima para quien la visita, invita a explotar este registro. Gente como Orlando Cordero, Ángel Chourio o Zamir Valoyes sabrá sacarle partido.
En la lucha por el trofeo más preciado, Aragua reclutó un ejército de hombres curtidos. El dinero fresco llegó a Maracay y Carlos Maldonado ha hecho buen uso de la holgura presupuestaria. Confeccionó un cuadro que compró sus cortes para no quedarse fuera de la ceremonia de envestidura. Su vecino, Carabobo, fue el que más fichó en el receso y habrá que hacerle un lugar como posible outsider luego de lograr el retorno a la primera división.
El juego de tronos que comienza este fin de semana contará con el campeón Zamora sin su mejor gladiador y con las curtidas espadas de Anzoátegui y Lara. En diciembre sabremos hacia dónde habrá de mirar para celebrar al primero de los coronados.
* Columna publicada en el diario El Nacional (05/08/2013)