Los funcionamientos colectivos en el fútbol se explican a partir de las sincronías y la búsqueda de complementos. Afinar movimientos en defensa y ataque, dotar a los jugadores de una estructura que explote lo mejor de sus capacidades, requiere repetición y conocimiento del juego. Allí el talento halla el mejor lugar para expresarse. La libertad aparece en un espacio abierto a la improvisación pero inserta en los límites de un orden natural. A los técnicos les corresponde diagramar ese mapa de ruta y elegir a los más dotados para alcanzar las cotas de perfección que conducen al éxito.
La Vinotinto del último ciclo, más competitiva y renovada en la capacidad de sus ejecutantes, alcanzó su cota más alta en la Copa América de Argentina. Fue en ese 2011 que el equipo engranó alrededor de una idea interpretada con precisión y convencimiento. Aquel plan encontró, en algunos de esos complementos, factores que sostuvieron el modelo.
De aquel balance se individualizó en las figuras de Tomás Rincón, Juan Arango o Renny Vega para sustentar la excelente performance. Pero, en el fondo, el énfasis en algunos nombres descontextualiza el análisis colectivo. La interconexión entre las partes es esencial para comprender los resultados obtenidos. Lo de Rincón fue superlativo por el notable aporte de Franklin Lucena. A Vega lo sostuvo un andamiaje defensivo con escasas fisuras, en el que la dupla Vizcarrondo-Perozo alcanzó altos niveles de simbiosis. De nuevo, sociedades o subsistemas que optimizan el rendimiento.
El presente dibuja un escenario pleno de matices respecto de la versión que levantó al país hace un par de años. Con otros intérpretes y yuntas que engranan características distintas, las señas han ido modificándose. Aquí el propio sistema demanda una bitácora diferente que responda a las nuevas conexiones surgidas. La propuesta grupal se ve afectada por la irrupción de elementos que reclaman un lugar y modifican el perfil.
Es así como se explica el camino que la Vinotinto transita hoy. Con dos laterales de perfil ofensivo que puedan pasar al ataque simultáneamente o un delantero que azuce el juego interior –con las consecuencias que de eso deriva para los volantes– los fundamentos conceptuales cambian. Del mismo modo que una ausencia notoria por un período extenso, como ha venido siendo la de Fernando Amorebieta o como ha ocurrido cuando han faltado Rincón o Lucena, condiciona los parámetros sistémicos de un engranaje tan complejo como el que definimos.
Los funcionamientos no son estáticos sino que están sometidos a modificaciones constantes. Reducir el análisis a formas no cambiantes, niega la naturaleza misma del juego. Si pensamos en un proceso que ya sobrepasa el lustro y al que han ido añadiéndose piezas conforme su propia progresión les ha permitido demandar un lugar, lo normal es que haya cambios. La actualidad se explica por lo ocurrido, tiene una lectura puntual que lo define en el presente y será el punto de partida para justificar lo que vendrá.
Aquello por lo que se apuesta hoy no era igualmente factible hace unos meses, apartando intenciones, intentos y pedidos mediáticos. La búsqueda fue impulsada desde dentro. La propia dinámica de la selección y la lectura que de ella hizo el entrenador, obraron la transformación. Y en esa fase del crecimiento, todavía con zonas grises en la escala evolutiva, tendrá que competir y buscar los puntos que faltan para llegar a Brasil 2014.
* Columna publicada en el diario El Nacional (26/08/2013)