El ensayo del pasado miércoles contra El Salvador fue un paso más en el plan que sigue la selección para enfrentar a Bolivia en La Paz el 7 de junio. Es cierto que las características del rival no reprodujeron al equipo de Xabier Azkargorta. Tampoco el talento individual y colectivo salvadoreño estuvieron en el nivel de exigencia de la eliminatoria. La idea de darle rodaje al once que César Farías tiene en mente y el análisis de demarcaciones específicas, fueron los argumentos nucleares del amistoso disputado en Mérida.
Respecto al dibujo a emplear en el altiplano quedaron algunas certezas: la Vinotinto se desplegará a partir de un esquema 4-2-3-1 en fase defensiva que podrá pasar al 4-4-2 cuando disponga de la pelota.
La apuesta por mantener a un central zurdo que haga dupla con Oswaldo Vizcarrondo podrá preservarse con el movimiento de Gabriel Cichero al eje de la zaga. Luis Manuel Seijas defenderá el lateral izquierdo con un doble propósito: aprovechar su memoria fisiológica para jugar en la altura y ocupar la banda por su sector para centralizar la posición de Juan Arango.
El mediocentro tendrá un perfil rocoso –con más músculo para el quite y las coberturas que para la elaboración– a partir del tándem Tomás Rincón-Agnel Flores, sello distintivo en los encuentros de visitante. Y el hombre de punta (Fernando Aristeguieta o Richard Blanco) deberá prepararse para romper la línea de defensores bolivianos con diagonales y piques al espacio, con todo el desgaste que semejante tarea conlleva a 3.600 metros de altitud.
El rol que Arango viene desempeñando en los últimos encuentros de la selección arroja lecturas diáfanas respecto a su ubicación. Cayendo más por el centro que por el costado, ha comenzado a gravitar con mayor amplitud de registros. A su conocida capacidad para asistir, añadió presencia firme en la periferia y el interior del área contraria, con el consiguiente beneficio en el juego ofensivo. Lo que pareció un asunto de circunstancias en el segundo tiempo del choque en Montevideo, devino en certezas en Asunción y en buena parte de los duelos como local ante Ecuador y Colombia. La consecuencia llegó en forma de mayor cantidad de remates al arco del capitán y como variante funcional para ganar volumen en terreno oponente.
Con los laterales Farías lanzó un órdago en Paraguay colocando a Alexander González y Roberto Rosales desde el inicio. La osadía fue convirtiéndose en una vuelta de tuerca al modelo de juego, cada vez más trabajado en su intención de proponer y ocupar el campo rival. Marcadores de punta adelantados que puedan atacar al unísono y trasladen la presión en banda algunos metros más arriba. Ya no es solo un giro para citas en casa sino una marca distintiva y, posiblemente también, un sello para el futuro. De allí que no sorprenda la intención de alinear a González y Seijas en los andariveles del Hernando Siles.
Si bien El Salvador no fue el sparring que emulara a Bolivia, hubo ejercicios de ejecución interesantes en dos facetas: la elaboración para crear ventajas numéricas contra defensas pobladas y, en cuanto los centroamericanos adelantaron su línea de cuatro, los movimientos de ruptura para atacar las espaldas de los zagueros saltando las zonas de presión. Con resultados varios, el desafío fue útil.
Si se cumple la premisa del cuerpo técnico de competir en La Paz reduciendo las desventajas físicas, el juego será la medida. Estar a la altura tendrá, como nunca antes, dos valiosas connotaciones.
* Columna publicada en el diario El Nacional (27/05/2013)