La reciente campaña del Anzoátegui encumbró a un entrenador venezolano. Daniel Farías logró que su equipo acabase siendo una obra de autor con la que se le asociará siempre. Tal como ocurrió con el Lara de Eduardo Saragó, el Zamora de Chuy Vera, el Caracas de Noel Sanvicente y, algunos años más atrás, el Estudiantes de Mérida de Richard Páez. En todos los casos, la figura del técnico local adquirió un protagonismo que define los nuevos tiempos.
Salvo la excepción que representó el colombiano Jorge Luis Pinto como timonel del Táchira campeón en 2011, los preparadores que han establecido tendencias en el país no tienen pasaporte extranjero. Tampoco en la selección nacional, dirigida por estrategas locales desde hace 11 años.
El dato puede interpretarse de muchas maneras, pero refleja una realidad a la vista de todos: hay un crecimiento del gremio evidenciado en sus métodos, modelos de juego y amplitud de conceptos tácticos. Hoy el nivel es otro y desde una visión más integral. No solo los DT dieron pasos hacia adelante sino que se profesionalizó la labor de sus colaboradores. Evolución influenciada por el efecto vinotinto, por el mayor acceso a la información y, en grado superlativo, por la escuela implementada en el país por un grupo de preparadores físicos argentinos.
De Pablo Fernández a Rodolfo Paladini. De Fabián Bazán a Marcelo Geralnik. Todos contribuyeron al crecimiento de una materia que hasta hace poco era desdeñada por los clubes criollos. Y, a partir de su legado, ejercen su labor con muy buenos resultados especialistas como Miguel Cordero o Isaac Ramos.
La consecuencia ha sido un salto de calidad en el jugador ahora mucho más apto para la competencia internacional. El futbolista del presente se entrena en condiciones favorables para su inserción afuera. La gran apertura hacia los mercados externos no solo ha sido consecuencia de la vitrina otorgada por la selección: hay mucho de capacitación recibida en los equipos de origen, de conocimiento transferido por los cuerpos técnicos, que no suele ser reconocida.
El argumento está lejos de ser un discurso chovinista. En cualquier contexto se aprecia el valor de los técnicos foráneos. Ocurre en Europa y pasa también en Suramérica. Basta revisar ejemplos cercanos en Colombia, Ecuador o Paraguay para darle sustento a esta tesitura. Pero no ha sido el caso nuestro. Por razones que pueden estar vinculadas a los presupuestos o a la falta de tino de los directivos en las escogencias, el fútbol venezolano de este tiempo no se ha abonado con esos nutrientes.
La pregunta inevitable es por qué entonces todo esto no se traduce en éxitos cuando llegan los torneos continentales. O, para ser más precisos, cuál es la razón de la poca trascendencia en citas como la Libertadores o la Sudamericana. Allí se abriría otro debate, necesario siempre, pero injusto para medir la capacidad de quienes están al frente de los conjuntos. La competitividad interna afecta a todos. El torneo con 18 representantes diluye la incidencia de los más capacitados y la débil oferta doméstica abre las puertas a la fuga de talentos. Muchos técnicos arman planteles que se desmantelan a los pocos meses del careo internacional.
Los Farías, Saragó, Vera, Sanvicente, Bencomo y tantos otros necesitan de un entorno que, como pasa con los jugadores, los potencie y reivindique. Demostrada su capacidad, está cercano el momento en que dejen de ocasionar sorpresa en los desprevenidos y reciban la credibilidad que merecen.
Columna publicada en el diario El Nacional (10/12/2012)