A Evelio Hernández la notoriedad le llegó sin pedir permiso. Tímido en el primer contacto, se hizo dueño del mediocentro en el Anzoátegui campeón traspasando descalzo el umbral de la gloria sin que notaran su presencia. Cuando se sintió en confianza y ubicó pasillos y rincones, encendió todas las luces como habría hecho el dueño de la casa. Pasó de huésped a patrón. Reacomodó los muebles, pintó las paredes a su gusto y se sentó a comer con la familia en el puesto del patriarca.
La gran campaña del equipo de Daniel Farías se explicó a partir del juego desplegado por el mediocampista de 28 años formado en Independiente de Avellaneda. Mudado al eje del sector de volantes por la lesión de Giácomo Di Giorgi, definió el estilo de los orientales. Su influencia determinó tanto el modo en el que sus compañeros se desplegaron en la cancha como la ductilidad del modelo que impuso una tendencia. Decidió el tiempo y la velocidad de las transiciones. Dividió el terreno en las salidas, rompiendo líneas con un primer pase preciso e inteligente. Y asumió la responsabilidad de patear en las acciones de pelota quieta.
Prototipo con pocas fisuras, Anzoátegui tuvo altos picos de rendimiento colectivo y grandes actuaciones individuales, pero nadie ejerció tanta autoridad en un plantel que giró alrededor de las decisiones del yaracuyano. Por encima de goleadores y figuras con mayor peso mediático, Evelio fue el mejor jugador del Apertura 2012.
Siempre fue una promesa de la que se esperaba una irrupción categórica. Apareció por Buenos Aires siendo un adolescente con el guante de su pie derecho como visa de residencia. El ojeador que lo recibió (Alberto Pompeo Tardivo, uno de los técnicos que tuvo el Kun Agüero en ese club) le dio la entrada después de dos prácticas con un “tiene ojos en la espalda” que resultó premonitorio.
A Independiente llegó muy delgado y con la cabeza rapada al cero. Se sentaba al margen de sus compañeros y quitaba pacientemente cada trocito de orégano cuando le ponían una pizza por delante. Al tiempo asumió la costumbre de besar en los saludos, hablaba hasta por los codos y le ponía chimichurri a las pizzas. Ya estaba asimilado al nuevo entorno.
Coincidió un tiempo con Miky Mea Vitali cuando este fichó por Chacarita y compartió con Allan Liebeskind en las divisiones inferiores del Rojo de Avellaneda. Ambos recuerdan las arepas de Evelio, preparadas con una receta exótica a la que acabaron acostumbrándose: fritas, con lechuga, tomate y una salsa preparada con Diablitos. Tal como las comió siempre en su San Felipe natal.
Con Liebeskind consolidó la amistad en el Zamora de Eduardo Saragó. El arquero es el padrino de su hija Camila y de aquellos días en Buenos Aires guarda algunas anécdotas. Una vez, al salir de ver juntos un Independiente-Boca, les habían robado el carro que pertenecía al padre de Allan.
Evelio hizo todo el camino por las selecciones menores y estuvo involucrado en dos de las victorias conseguidas contra Argentina en esas categorías. En el Sudamericano Sub 17 de Arequipa 2001 definió el partido contra la Albiceleste con un gol de tiro libre al minuto 90. Su nivel en el último semestre lo premió con el primer partido oficial con la Vinotinto, contra Ecuador en Puerto La Cruz.
Como su primer nombre coincide con el de su padre, en su casa lo llaman por el segundo, Jesús. Mañana, en millones de hogares del mundo, habrá mesas bien servidas para celebrar el cumpleaños 2012 del más universal de sus tocayos.
Columna publicada en el diario El Nacional (24/12/2012)