En Kazán, capital de la república rusa de Tartaria, habrá quien cante que “hay fuego en el 23”. Salomón Rondón podrá recordar sus orígenes a miles de kilómetros de distancia de su patria chica y ver cómo es anunciado en los estadios de su nuevo hogar con caracteres ininteligibles. Dejar Málaga, la fase previa de la Liga de Campeones y uno de los torneos de mayor visibilidad mediática en el planeta costó 10 millones de euros. La cifra, y la precaria situación institucional de su club, lo enviaron a un destino con menos nombradía pero una opción irrechazable de mejora profesional.
La transferencia del delantero de la Vinotinto instaló de inmediato un debate: ¿retrocede el jugador con el cambio a un torneo de menor nivel? ¿Debió haber esperado por una propuesta mejor?
Desde hace unos cuantos años Rusia se erigió en destino apetecible, y no solo para las figuras en retiro. Allí fue Roberto Carlos para despedirse de las canchas y asumir un cargo directivo con el Anzhi Makhachkala, donde también recaló, todavía con mucho para dar, el camerunés Samuel Eto’o. Los números son tentadores incluso para apellidos ilustres. Son pocos los clubes que hoy pueden desembolsar sumas que compitan con las ingentes fortunas del antiguo territorio soviético. La crisis europea, y las nuevas regulaciones de la UEFA que exigen sanidad financiera, redujeron el grupo de los compradores tradicionales y abrieron ventanas y balcones en destinos exóticos.
Los Emiratos Árabes o China forman parte de este nuevo ecosistema, si bien aún son lugares para que algún crack en decadencia firme una despedida tranquila, con unos cuantos ceros más en su cuenta corriente. Brasil vive un repunte económico como país que repercute en su fútbol, de allí que también sea una parada atractiva tanto para nacionales como para foráneos. El holandés Clarence Seedorf decidió dejar el Viejo Continente y ponerse la camiseta del Botafogo a cambio de 9 millones de dólares por dos temporadas.
Rondón estuvo en los titulares de los diarios venezolanos por las aparentes ofertas que inundaban el escritorio de su representante. Hubo llamados, asomos de interés, rumores constantes que fueron catapultados por medios españoles o ingleses, pero solo un ofrecimiento firme: Rubin Kazán puso la chequera y garantizó no solo el traspaso más importante para un futbolista criollo en todas las épocas, sino un salto cuantitativo en los ingresos de quien ayer debutó con el número 99 en la espalda.
Llegar a un conjunto que lucha cada año por el título de su país, con participaciones constantes en Champions y Europa League, no representa un paso atrás. Su estatus no cambiará porque los partidos no sean transmitidos a través de las grandes cadenas internacionales de TV. La capacidad para ser competitivo –y titular indiscutible en la selección– estará vinculada al hecho de medirse a los mejores, estar rodeado de compañeros que eleven sus niveles de exigencia y contar con una preparación ejecutada por profesionales óptimos. Y todo eso lo tendrá en la institución a la que ahora pertenece.
Salomón es un profesional de este deporte y debe velar también por su propio beneficio. No está tirando su carrera por un abismo con el cambio; lo contrario: su talento fue reconocido con un traspaso que aumentará a futuro el valor de los jugadores nacidos en estas tierras.
El título de esta columna traduce al ruso la identidad del nueve vinotinto. Pronto sabremos cómo lo asocian, en la lengua de Antón Chéjov, a la palabra gol.
Columna publicada en el diario El Nacional (13/08/2012)