A falta de hechos concretos que le den forma a los propósitos, César Farías logró su cometido con las declaraciones ofrecidas a distintos medios la semana pasada: abrir un debate respecto al entorno de la selección y sus efectos perniciosos. El dedo apuntó a Juan Arango y Salomón Rondón por su incomparecencia en Japón. La onda expansiva fue más amplia. Probablemente no haya chivos expiatorios de peso, pero la arenga derivó en asunto de opinión pública, justo lo que el entrenador pretendía al abrir la caja de los truenos.
En Sapporo hubo quejas de algunos futbolistas por la ausencia de los dos referentes. El último ensayo antes de la carrera a campo traviesa por Lima y Asunción requería de todos los intérpretes. Asomado a un precipicio conocido, Farías optó por remover los ánimos, ganar adhesiones y tocar el orgullo de los hombres de quienes depende la clasificación a Brasil 2014.
El descontrol en la concentración de Puerto La Cruz antes de enfrentar a Chile fue un aviso. La caída posterior contra el equipo de Claudio Borghi encontró lecturas con responsabilidades claras para cuerpo técnico y jugadores. También detalles que alteraron códigos internos y factores que, sin caer en la indisciplina, distorsionaron la claridad en la búsqueda de los objetivos.
El 1 de junio de 2004, Venezuela recibió a los chilenos con su mejor balance de la historia desde que compite bajo el sistema de todos contra todos. Tras el Centenariazo y con 9 puntos en la reserva, San Cristóbal fue desbordada por las expectativas. La euforia se uniformó y pidió su dorsal. Algunos futbolistas abandonaron el hotel para grabar spots publicitarios días antes del partido; otros participaron de la inauguración de un cibercafé en la ciudad y no faltó espacio para homenajes de autoridades y dirigentes. La consecuencia fue una derrota dolorosa y solo un empate en los siguientes tres choques, además del fracaso en la Copa América de Perú.
Los miembros de la Vinotinto son hoy celebridades que viven en el primer mundo y representan modelos sociales a los que muchos buscan asociarse. Pocos están preparados para asumir el rol que les exige su nueva condición; en muchos casos tampoco sus familiares, allegados e intermediarios. Nadie quiere desaprovechar la miel de la trascendencia y en la carrera para conseguir asiento en el tren del éxito hay quien no repara en el destino final.
Las normas de convivencia cuando se pelea por un lugar en la Copa del Mundo son tan importantes como la propia preparación. Los timoneles deben poner en claro y hacer valer las reglas. El control de los detalles es esencial en la alta competencia Pero la toma de conciencia implica a sectores que no han madurado en consonancia con los resultados deportivos.
El aficionado se mueve por la pasión y el sentido de pertenencia. Al hincha no se le puede pedir que ponga razón a los sueños; sí al que vive la historia como implicado circunstancial. Nadie puede eximir de responsabilidad al propio futbolista –y a quienes los dirigen– del manejo de sus entornos. De allí que Farías haya puesto la mira en dos nombres resonantes para que el llamado de atención se expanda al resto. El manejo de las secuelas será su principal reto antes de saltar a la cancha del estadio Nacional de Lima.
¿Por qué sacar a la luz una diatriba que pudo resolverse puertas adentro? Quizá porque el DT quería que el mensaje llegara a los civiles en boca de los soldados.
Columna publicada en el diario El Nacional (27/08/2012)