El recuerdo futbolero es un atajo fantasioso que la imaginación construye para llenar los vacíos de realidad. Aquello que vimos se va reconstruyendo en la memoria y acaba siendo una versión libre salpicada de grandilocuencia. Lo que nos contaron también lo transformamos para tener nuestro propio relato y poder fabular con él en una ronda de amigos. Así, hablamos con naturalidad de figuras de leyenda a la que jamás vimos en un estadio y le concedemos un lugar de trascendencia que asumimos indiscutible.
Para muchas generaciones de venezolanos, Luis Mendoza fue el mejor futbolista que ha parido esta tierra. Hasta quienes descubrieron la fascinación por la Vinotinto en la última década le otorgan ese lugar en el Olimpo. Su talento le permitió brillar en una época en la que los apellidos extranjeros dominaban las formaciones de los equipos y los asientos en las gradas.
Mendoza fue un diez de los antiguos. Habilidoso, con temperamento para pedir la pelota siempre, claro con los dos perfiles, gol y visión periférica para dar el pase que dejara a un compañero mano a mano con el arquero rival. Fue una referencia por su carácter y liderazgo, y vivió los tiempos más amargos de la selección. Sus anécdotas reflejaron la indignación por el maltrato y la segregación que los jugadores locales sufrían en aquellas aventuras para disputar una Copa América o las primeras eliminatorias mundialistas. Las goleadas lacerantes se sucedían, pero debajo del lodo que borraba los números en las ajadas camisetas, el duende del “Loco” aparecía siempre como la luz que despejaba la bruma.
Juan Arango es el faro del presente, la cara feliz de una generación exitosa y ganadora que cambió el curso de la historia. Su momento actual en Alemania ha sido un renacimiento que trasladó a la selección, de la que fue pieza destacada en los tres últimos partidos. A sus 31 años, el capitán resultó decisivo en distintos aspectos del juego: conduciendo, en los tiros libres, empujando a sus compañeros hacia terreno enemigo, ayudando al lateral en la cobertura de espacios. Como en los viejos tiempos, olvidados por algunos.
Sus estadísticas con la Vinotinto lo tienen entre los más goleadores y el número de presencias lo hace parte de la elite todavía con su carrera en pleno desarrollo. Casi dos lustros en Europa como titular indiscutible tanto en el Mallorca como en Borussia Moenchengladbach, representan un listón y una motivación para quienes van detrás de sus pasos. Nadie labró una hoja de servicios semejante.
Así como Rafael Dudamel amplió los horizontes hacia Suramérica en la década de los 90 del siglo pasado, Arango conquistó el Viejo Continente en el nuevo milenio y fue marcando la ruta que ahora siguen Tomás Rincón, Salomón Rondón o Miku Fedor. La entrada en ligas más competitivas, con todos los componentes físicos y futbolísticos que se añadieron a nuestros valores, ayudó a construir esta realidad de hoy que hace más tangible la ilusión de estar en una Copa del Mundo.
Pero no son los números los que hablan de su grandeza: Arango es, por condiciones, trayectoria e incidencia el mejor jugador criollo de todos los tiempos. El justo y claro heredero del trono que por años ocupó Mendocita. No hará falta esperar a su retiro para determinarlo. Tampoco se producirá un debate nacional al respecto. Pocas podrán ser las voces que rompan el consenso. En el desigual choque con el recuerdo, lo real se impone por goleada.