lunes, 14 de noviembre de 2011

El tiempo de la madurez

El 15 de noviembre de 2003 quedó marcado en la historia por el gol de Juan Arango a Farid Mondragón en el Metropolitano de Barranquilla. La efeméride, de la que mañana se cumple 8 años, aparece como cita obligada en la historia reciente de la selección. Aquel día se produjo un hecho que el peso del resultado diluyó pero que fue determinante en el futuro: Alejandro Cichero y Jonay Hernández aparecieron por primera vez como titulares en la línea defensiva vinotinto. La inclusión de esas dos piezas estabilizó la línea de zagueros de Richard Páez y le dio forma a un funcionamiento colectivo que tuvo vigencia durante un ciclo completo.

La fecha del 11/11/11 habrá que registrarla también en la bitácora de gestas y no por su componente místico (el gol de Freddy Guarín se produjo a los 11 minutos; Frank Feltscher empató a falta de 11 y el marcador dibujó el número mágico en la pizarra del estadio) sino por otro elemento que no aparecerá en las estadísticas: la influencia de Fernando Amorebieta para dotar de personalidad, carácter y espíritu de lucha a un equipo que ya se había cargado de estos atributos en la Copa América de Argentina. Las señas de identidad del grupo, lo que lo hace reconocible, nacen en su retaguardia, confluyen en Tomás Rincón y desembocan en Juan Arango. El maná, la piedra filosofal que explica este buen momento, no tiene más secretos. Tan simple y tan complejo.

El espíritu colectivo sublima cualquier actuación individual. En Barranquilla fueron determinantes Renny Vega desde el arco; Amorebieta y Vizcarrondo en el eje de la zaga; Arango y Maestrico González en la zona de gestación. Pero el peso de la propuesta pasa por el engranaje de movimientos y funciones grupales, y por el mayor conocimiento que César Farías tiene del contexto y de los ejecutantes con los que cuenta. Eso traduce en una mejor planificación de los partidos y en decisiones acertadas a la hora de cambiar lo que no funciona. La profundidad de nombres le permite disponer de variantes, pero nadie juega por el apellido que lleva en la espalda. 

Farías creó un ecosistema que resiste las diferencias individuales propias de los grandes planteles. La autoridad y el convencimiento están avalados por las respuestas que la selección ofrece en la cancha. Ante eso no hay espacio para los egos. Quien está sabe que ese es el camino y el que se incorpora entiende que los códigos no permiten distracciones ni salidas de tono. Puede que alguno acepte a regañadientes el sacrificio de un planteamiento, pero cuestionar cualquier decisión conllevaría el rechazo de la mayoría.

No es verdad que el punto logrado en Colombia carezca de valor si no se obtienen los tres en San Cristóbal. Cada batalla tiene su propia épica y todos los rivales son directos. Para llegar a Brasil no se podrá saltar ninguna escala.

Por encima del análisis puntual que cada choque genera aparece un elemento novedoso: la madurez para competir y el talante que permite asumir el éxito sin desnortarse. Eso representa una garantía mayor que la alineación que el DT decida para cada refriega. El presente es un valor nuclear para entenderlo; la herencia del pasado construyó la memoria colectiva de los implicados: jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas y afición.

Lo que trasciende hoy no está adosado a un resultado. En la costa colombiana alumbró la versión con más personalidad de la selección. Para que el sueño se pueda seguir tocando con la punta de los dedos.