Definir un estilo simplifica el trabajo de los entrenadores. También el de los directivos, aunque suelen ser quienes menos noción tienen del tema. Con un ideario claro es más fácil elegir entrenador, buscar jugadores y marcar un rumbo institucional. La claridad en el camino a seguir minimiza los riesgos, le da valor lógico a las opciones y acorta la ruta hacia el éxito. No es una garantía; en el fútbol nada lo es. Pero sí aumenta las posibilidades de gestionar bien los recursos y evitar convertirse en presa fácil de representantes y vendedores de humo.
El criterio es válido tanto para clubes como para equipos nacionales. Cuando Luis Aragonés finalizó su ciclo con España tras consagrarse en la Euro de Austria y Suiza, dejó definido un estilo. Vicente Del Bosque, su sucesor, tomó la posta y mantuvo la línea que dos años más tarde le permitió coronarse en Sudáfrica. La dirigencia atinó con la designación, pero fue el entrenador quien puso el sentido común al servicio de sus dirigidos. Los beneficios están a la vista de todos.
A la Vinotinto le costó tres años y medio adecuarse a un cambio drástico en el fondo. En el momento de buscar un reemplazo para Richard Páez, la manera de jugar no apareció como argumento para analizar a los posibles herederos. Se optó por César Farías quien decidió hacer caída y mesa limpia. Los resultados hoy le avalan, pero el DT anduvo por un precipicio que pudo costarle el cargo. La selección del presente vuelve a ser identificable aunque con otro molde. Para que se pueda prolongar la buena estrella habrá que ser más cuidadoso a futuro: quien tome el testigo de Farías deberá conocer y seguir su huella.
Táchira fue campeón del último torneo con Jorge Luis Pinto. Técnico resultadista y de látigo en mano, soportó un semestre de bajo rendimiento pero le dio al Aurinegro su séptima estrella. Fue lo único que dejó el colombiano. La apuesta de quienes administran al cuadro de San Cristóbal fue Chuy Vera, la antítesis estilística de Pinto. Lo que devino es conocido: un proceso abortado al poco de nacer, futbolistas con contratos a largo plazo que quedaron colgados y la incertidumbre de encarar una Copa Libertadores sin claridad en el horizonte.
En Lara las cosas parecen encaminadas con Eduardo Saragó al mando. Hay un enorme capital que soporta a un plantel costoso y de jerarquía, pero la clave de su venturosa actualidad estuvo en la elección del mascarón de proa. El pasado reciente se valió de la poca experiencia de los inversores, arrasó la credibilidad y llenó al club de huecos financieros y morales. En este caso, el viraje en el modelo trajo beneficios que, de mantener una línea continua, podrían ser la base de un cuadro solvente y próspero que rompa con la norma general.
El Caracas ha sido modélico. Su estructura está edificada a prueba de sismos. La bitácora de sus conductores no admite desvíos en la carta de navegación. Nadie está por encima de la institución y cualquiera que llegue a dirigirla deberá encajar en esa política. Que aún debe definir el punto justo entre el desarrollo de sus divisiones inferiores y los triunfos como demanda su historia, pero que marca un estilo claro, entendido y asimilado por todas las piezas de su engranaje.
Identificar el rumbo a seguir es clave para que la aventura del fútbol trascienda al capricho. Soñar con vestirse bien está al alcance de todos. Lo difícil es hacerlo con estilo.