Antes del Mundial de 1978, César Luis Menotti dejó a un casi adolescente Diego Maradona fuera de la lista de los que jugaron aquella Copa. El Diez brillaba en Argentinos Juniors y ya había enseñado su magia con la selección. Pero el DT consideró que no era su momento y el título del mundo, logrado semanas después, convertiría el episodio en anécdota.
Mario Zagallo tampoco incluyó a Romario en la lista de buena fe de los que defendieron la corona para Brasil en Francia 98. Juan Sebastián Verón no entró en los planes de José Pekerman para la cita en Alemania 2006 y Francia descartó la presencia de Karim Benzemá en Sudáfrica 2010. En todos los casos fueron decisiones polémicas, diluidas en el tiempo o amplificadas en sus efectos sobre la opinión pública en función de los resultados posteriores.
La elección de los elementos con los que el entrenador opta competir es su atribución fundamental. Que luego funcione como equipo pasa a ser el objetivo de esa determinación que define su cargo. El preparador parte de una idea de juego para potenciar lo mejor de lo que tiene, decidir la cantidad de elementos que necesita para cubrir con solvencia todos los sectores de la cancha y darle sentido a esas escogencias.
Es una gran mentira que los técnicos llevan siempre a los mejores del país en cada puesto. Los gustos personales cuentan y las afinidades aumentan o disminuyen los niveles de confianza. César Farías elige con sus propios parámetros, independientemente de las voces emitidas por el entorno. Cuenta lo que el futbolista expresa en la cancha (Yohandry Orozco y Jesús Meza) o lo que las estadísticas convierten en argumentos irrebatibles (los 23 goles de Daniel Arismendi); pero también la subjetividad tiene su lugar y Giacomo Di Giorgi seguirá siendo uno de sus lugartenientes, figure o no en el ranking personal de todo el que tiene algo que opinar.
Al indiscutible no se lo deja afuera por encima de gustos o compatibilidad de caracteres (Juan Arango, Renny Vega, Gabriel Cichero, Miku) y el liderazgo puede ser fundamental cuando se requieren vínculos generacionales que preserven la ecología del vestuario (José Manuel Rey).
Por eso, conocido el primer corte de jugadores tras el regreso de Dallas, el debate se centró en Alejandro Guerra. ¿Por qué debía estar? El análisis no puede hacerse del todo sin conocer la nómina final de 23, pero el ejercicio resiste filtros objetivos que arrojan luces por sobre la bruma de la polémica.
Guerra fue el volante más goleador del campeonato que finalizó en mayo (16 tantos, 5 por encima del argentino Roberto Armúa, el siguiente entre los mediocampistas). Jugó un alto porcentaje de los encuentros del Anzoátegui entre Apertura y Clausura (30 de 34 choques, para 88%) lo que arroja claridad respecto de su condición física y nivel. Su nombre apareció en buena parte de las convocatorias de Farías en el último año y medio (7 partidos, 4 como titular) mostrando un rendimiento superior al de hombres como César González, en horas bajas por su irregularidad en México y Argentina.
Que la razón de la salida de Guerra haya obedecido a un “pase de factura” por su migración de Anzoátegui a Mineros es una afirmación absurda por incomprobable; que, a pesar del overbooking de volantes ofensivos, debió haber merecido un asiento con ventana incluida, sí tiene bases sustentables.
El Lobo llegó al momento de la tala con su tarjeta de viajero frecuente henchida de millas, pero no pudo llegar a la puerta de embarque. ¿Se equivocaron los chequeadores?