La escuela estilística que impuso Richard Páez encontró un reivindicador en Chuy Vera. El debate sobre los métodos de trabajo y la forma de entender el fútbol que identifican a los dos estrategas no existe fuera de los medios de comunicación. No hay tal discusión en el país; no al menos desde la perspectiva de la opinión pública. Pero aquello que revolucionó este deporte en Venezuela y produjo un efecto sociológico que alumbró el fenómeno Vinotinto, reapareció en una versión moderna y avanzada con el Zamora campeón del torneo Clausura.
Es cierto que no hay un mapa de ruta preciso que vincule a ambos entrenadores con una escuela. El término no deja de ser una abstracción producto del ideario que comparten. Conceptualmente, a Páez y Vera le sobran puntos de conexión; en los hechos falta una estructura que, como ocurre en el Barcelona, una el discurso y le dé solidez a partir de un proceso de divisiones inferiores lógico y sustentado. ¿Por qué? Porque el desarrollo de las ideas y la búsqueda de los ejecutantes idóneos para ponerlas en práctica, requieren de un soporte que las respalde y promueva.
Páez fue compañero de Vera en ULA Mérida y más tarde ambos establecieron una relación de técnico-jugador en el propio ULA, Táchira y Estudiantes. La influencia de uno sobre otro fue fundamental, tanto como la ejercida sobre Ruberth Morán y Juan Carlos Babío, los colaboradores más cercanos del preparador zamorano. En cada proclama de Chuy, discursiva o factual, hay una mención implícita al maestro y un deseo de dignificar un modelo que nace del respeto por el juego y encuentra sustento en una propuesta táctica construida a partir de la pelota.
Como ocurrió con Richard, la figura de Chuy Vera y su manera de interpretar una filosofía que transmite con convicción y riqueza verbal, genera consenso. Avalado por lo tangible, los adeptos se suman con facilidad porque el mensaje representa el ideal de la búsqueda de la belleza acompañado de éxito. No jugar bonito sino jugar bien. Los títulos refrendan que lo segundo es el paradigma. Que hay objetivos concretos y no solo una aventura romántica y panfletaria.
Los puntos de contacto entre los dos entrenadores son transparentes: manejo de la zona; uso de los espacios en función de recuperar la tenencia sin que ello implique un desgaste desproporcionado de energías; procurar la iniciativa a partir de posesiones prolongadas y sociedades triangulares que buscan establecer superioridad numérica; movimiento constante del balón para desgastar al rival y desacomodarlo hasta que la propia cadencia genere la franja libre.
Las diferencias nacen de elementos incorporados por Vera producto de sus propios patrones e influencias: presión en cancha rival; búsqueda de profundidad a partir de cambios de ritmo y uso sistemático de las bandas; dinámica posicional para ocupar espacios de forma lógica y racional; trabajo físico con balón y rutinas de entrenamiento innovadoras donde el descanso tiene tanto peso como el esfuerzo.
La de Páez y Vera no es la única manera de aproximarse a este juego, pero sí una que cautiva y mueve sensaciones. Si es o no el estilo que mejor se relaciona con las características del jugador de esta tierra, corresponde a otra discusión. De momento, que haya un camino en común con el hombre más influyente en la historia del fútbol nacional, barniza el futuro cercano con el buen recuerdo del pasado exitoso y el aroma estimulante de la irreverencia.