Chuy Vera fue un jugador exquisito. Volante de gran manejo y personalidad, determinaba el estilo de los equipos que integraba. Con él en la cancha, la cadencia pasaba por sus pies de bailarín del Bolshoi y su inteligencia innata para entender el juego lo convertía, por una acción natural, en la extensión del entrenador en la cancha. Veía el fútbol como el arquitecto que proyecta sobre planos lo que su cerebro dibujó antes en el espacio infinito de la imaginación. Las líneas maestras del pase y la geometría de los espacios eran materia de consumo constante que nutría su inquietud por descifrar los enigmas de la pelota.
Siempre tuvo peso en los vestuarios. Se rebeló ante la autoridad sin conceptos y desafió al establishment que todavía asume como un hecho natural la falta de estructuras y la desprotección del futbolista. Su nuevo rol como técnico no lo ha alejado de todas esas taras que tantas veces padeció en primera persona. El sello que imprime a sus equipos tiene mucho de ese espíritu irreverente y lírico a la vez.
Zamora, su proyecto actual, es una muestra de cómo el ideario de un preparador y las convicciones de sus dirigidos pueden trascender al quince y último. Líder del torneo Clausura con el once más goleador y el mejor diferencial de tantos a favor y en contra, su punto más fuerte está en la ejecución armoniosa de una idea. Los resultados fortalecen y convencen, pero el reconocimiento general nace de una puesta en escena estética, afinada y eficaz. El cuadro de Barinas es el que mejor fútbol practica en la primera división venezolana.
Construido a partir del balón, Zamora logró que sus automatismos maduraran a pesar de la carrera a campo traviesa que libra con sus directivos. Durante el Apertura, el discurso de Chuy Vera no encontró eco a pesar de la fortaleza con que siempre expuso sus preceptos. Al manejo pulcro y con mimo de la pelota le faltó equilibrio defensivo. La asimilación de la propuesta sufrió de la incredulidad natural de quien quiere ver para creer.
Hoy la estructura es firme, los conceptos se maceraron y el funcionamiento engrana. Su base puede recitarse de memoria: Tito Rojas en el arco; tres defensores que marcan en zona (Nelson Semperena, William Díaz y Moisés Galezo); dos volantes laterales con mucho ida y vuelta (Jesús Álvarez y Richard Badillo); un doble cinco que opera como un reloj (Vicente Suanno y Arlés Flores); un mediocampista que se mueve libre y enlaza como vértice de esa línea de recuperadores (Chiqui Meza); y dos delanteros rápidos y profundos, que sincronizan en espacios y movimientos (Juan Vélez y Jonathan Copete).
Hay datos reales que marcan la diferencia entre esta versión que domina el campeonato y la que terminó en puestos de descenso durante el primer semestre: defiende mejor (0,81 goles de media por partido en el Clausura por 1,76 en el Apertura); es más contundente (2 tantos de promedio por encuentro por 1 en la primera mitad de torneo); y el porcentaje de efectividad marca una clara polarización (73% en el Clausura/27% en el Apertura).
Una referencia extra: el tándem Vélez-Copete totaliza 14 anotaciones en 11 fechas (64% de la producción total del conjunto), registros que casi alcanzan la marca establecida por la dupla Herrera-Gutiérrez del Táchira en todo el Apertura (15).
Los números describen la excelente campaña. El estilo, barnizado de buen gusto y conceptualmente brillante, hace del Zamora de Chuy Vera un equipo de autor.