Gerson Díaz debutó a los 17 años de edad en el Caracas de los albores. Llegó a la primera división directamente desde las ligas colegiales. A los 19 decidió con un gol contra Marítimo el primer título de los once que cosecha el Rojo. Algunos meses después anotó en la Copa Libertadores. Lo haría una decena de veces más antes de retirarse a los 28. Su ejemplo acabó marcando el camino.
El crecimiento de los avileños y su política de fomento de las divisiones inferiores, le dio una base de futbolistas de la que se nutrió en la última década. Con mayor o menor confianza de los entrenadores que pasaron por la institución en ese lapso, la lista de nombres que vieron la alternativa en el primer equipo creció exponencialmente. También la de otros conjuntos, del torneo local y del exterior, que cuentan en sus planteles con elementos formados en las granjas encarnadas.
No es una novedad. La semana pasada Josef Martínez maravilló a todos con su desparpajo en la maniobra que definió el partido contra Unión Española en Santiago de Chile. A los 17, el pequeño delantero ya tiene un registro que le pertenece: es el jugador venezolano más joven en marcar en la Libertadores.
La historia de Martínez no es una excepción. Mucho menos una rareza. El proyecto de Ceferino Bencomo se consolida y los resultados lo avalan. Su prototipo crece, la idea toma forma y los nuevos futbolistas que se incorporaron para el Clausura y la Copa engranaron. La llamada “renovación” se explica a partir de un hecho concreto: salir de piezas costosas (José Manuel Rey, Luis Vera y Darío Figueroa, además de Jesús Gómez que fue transferido a Egipto) y traer otras menos onerosas a través de cesiones y contratos de corta duración. El buen juego respalda el riesgo asumido, pero no la sobredimensión de la apuesta por los juveniles.
En el once titular del Caracas tiene un número puesto Alexander González. La norma del juvenil lo catapultó al cuadro de mayores, pero su calidad lo consolidó. El resto de los que habitualmente forman parte de las convocatorias (Martínez, Anthony Uribe, Carlos Suárez, Daniel Febles, Luis González) suelen ser complementos que añaden experiencia y minutos a su proceso formativo. Una lógica que siguen clubes como el Barcelona, referencia en el trabajo de cantera y proveedor copioso de talentos.
El buen rendimiento de los nuevos valores se fundamenta en la base más experimentada. Es la jerarquía de los Vega, Lucena, Romero o Edgar Jiménez lo que permite la inserción sin traumas de los de menor recorrido. Así ha sido en los últimos tiempos. Antes y seguramente también después de Bencomo.
En 1998, Vladimir Popovic apadrinó el estreno de Miguel Mea Vitali. También tenía 17, como Gerson o Martínez. Con Carlos Moreno como entrenador (1999-2001) aparecieron Giovanni Romero, Andrés Rouga, Wuiswel Isea, Heatklif Castillo, Bremer Piñango y Philipe Estévez, entre otros. A Rafa Santana (2001-2002) le correspondió apadrinar a Edgar Jiménez y Alejandro Guerra. Y Chita Sanvicente, en la suma de sus dos etapas (2002-2010), graduó a Ronald Vargas, Roberto Rosales, Oswaldo Vizcarrondo, Edder Pérez, Peluche González, Alexander González, Pablo Camacho, Rómulo Otero y algunos más.
Bencomo, como Sanvicente en su momento, es parte de esa cadena de formación. Hoy se le juzga por los resultados, como a todos los que dan el último paso en el escalafón. La bandera de los juveniles tiene el copyright del club; al DT le corresponde sumar títulos. Eso, y no el número de promovidos, será la vara con la que se medirá su ciclo.