Conocer el juego es una virtud que pocos poseen. Parece una perogrullada pero el fútbol de hoy ofrece indicios que permiten concluir que no abundan esos elementos. Algunos lo aprenden por instinto; otros lo absorben de los maestros, especie en franca extinción. La modernidad alejó al futbolista de los secretos escondidos en el césped y lo condujo hacia la dependencia y la automatización. Cada vez son más los que ejecutan siguiendo una bitácora impuesta por el entrenador, más pendiente de lidiar con la presión del resultado que de ofrecer líneas de comprensión.
Descargar la responsabilidad en el preparador es una coartada cada vez más utilizada por quien se ve incapaz de conseguir respuestas en el terreno. Tomar las mejores decisiones; entender la relación entre tiempo y espacio; saber que la velocidad es propiedad de la pelota y no del músculo, son algunos principios nucleares que muchos ignoran. Aquel que incorpora eso a su talento destaca sobre la medianía y tiene también más opciones de ser longevo. Los ejemplos abundan.
La condición física es un factor importante para prolongar el tiempo útil de un jugador. Nadie que no haya llevado una vida sana, con los cuidados de un deportista de alta competencia y fortuna con las lesiones, puede extender su carrera más allá de lo que dictan los promedios. Las exigencias son cada vez mayores. También los prejuicios. Pero entender el juego incide tanto como la buena salud corporal. Y muchas veces hasta ayuda a solaparla.
De Carlos Valderrama se decía que era lento, pero nadie conocía mejor la geometría del campo. Su sabiduría le permitía estar siempre en el lugar preciso y mirar la jugada antes de que se produjera. Resolvía con inteligencia aquello que para el común requería de un esfuerzo superlativo. Se mantuvo vigente hasta los 43 años de edad.
¿Y Toninho Cerezo? Habilidoso, rápido e inteligente conformó la selección brasileña de 1982, una de las más recordadas de la historia. Con sus andar lento y las medias en los tobillos, se las arregló para ser el socio de todos cuando ya su cabello pintaba canas. Se mantuvo en el riguroso calcio defendiendo las camisetas de Roma y Sampdoria hasta los 37. Y se despidió, luego de ganar la Copa Libertadores con Sao Paulo (1992) y seguir destilando clase en Atlético Mineiro, con los mismos calendarios que el Pibe. ¿Su secreto? Entender el juego.
Nuestro torneo cuenta con varios jugadores que siguen siendo fundamentales en sus equipos cuando muchos ya ven los partidos desde su casa. Algunos lo hacen desde un presente físico privilegiado como David Mc Intosh (38) en Petare o Luis Vallenilla Pacheco (37) en Mineros. Otros, a partir de aquello que el juego les fue enseñando en sus dilatadas trayectorias.
Juan García (40) sigue acumulando registros gloriosos con Estudiantes de Mérida. El cuerpo le aguanta 90 minutos y se entrena al mismo ritmo que sus compañeros más jóvenes. Compensa con intuición y un mapa preciso del área su merma en velocidad y potencia.
Y el Pájaro Vera (38) es un elemento de mucha valía en el Real Esppor, porque nadie maneja la zona por delante de los defensores como el antiguo capitán vinotinto. Aun con lesiones que le han restado aptitudes, continúa siendo un referente que mantiene firmes sus galones sin apelar al apellido.
Cuando la cédula anuncia que la actividad profesional se acerca al final, ellos se empeñan en mostrar un documento que nadie porta en sus billeteras: el que los acredita como conocedores avezados de los enigmas de la cancha.