La palabra fracaso se utiliza con ligereza y suele blandirse el concepto sin argumentos sólidos que lo justifiquen. Hablamos de fútbol, claro, un espacio en el que la pasión desborda el análisis mesurado y objetivo de lo que pasa en la cancha. En la práctica periodística suele relacionarse el término con los resultados, el fin por encima de los medios. Y la verdad es que no siempre las estadísticas reflejan el valor de lo conseguido en el camino, para cuya lectura es preciso hacer uso de otras herramientas de análisis más vinculadas al juego que a los números.
¿Fracasó la Sub 20 en Arequipa? La respuesta es un sí rotundo y sin atenuantes. La selección juvenil contó con la mejor preparación posible y no le faltaron los recursos para cumplir con cada aspecto planificado por su cuerpo técnico. Pero decepcionó en la competencia e hizo evidente su poco tino para planificar el torneo. Empleó sus energías para no ahogarse en la altura de la sierra peruana y terminó sin aire el día en que se jugaba su clasificación al hexagonal final.
No fue solo una cuestión numérica. Si nada más se observaran los marcadores y no el cómo se produjeron, la conclusión podría conducir a una percepción adulterada. Empatar contra Uruguay, Argentina y el anfitrión no es, visto a la distancia, un mal balance. Cuando se va al detalle cambia la apreciación: Venezuela no ofreció elementos que hicieran valorar su propuesta colectiva. El tiempo empleado en acondicionar al equipo que compitió en Perú y la inversión que se destinó en su puesta a punto, tampoco tuvieron un efecto positivo en su rendimiento futbolístico. Ergo, ni el fin ni los medios aprobaron el examen con la nota que se exigía visto el límite marcado por la generación anterior, pionera en un mundial de la FIFA.
Con la misma vara habrá que medir a la mayor en el año en que los ensayos pasarán a un segundo plano. Pasado mañana, contra Costa Rica en Puerto La Cruz, habrá ocasión de perfilar la idea con la que se irá a buscar los objetivos planteados para la Copa América y el inicio de las eliminatorias a Brasil 2014. Con una diferencia sustancial: la cita en Argentina, previa al premundial, podría ofrecer un margen de crédito si la Vinotinto compensa con funcionamiento todo el apoyo que recibió para completar el cambio generacional y fundar un nuevo ciclo.
¿Será un fracaso no acceder a la ronda siguiente de la Copa tal como se consiguió hace cuatro años? De nuevo será fundamental el parámetro de análisis que se emplee para valorarlo. Ni la clasificación será por sí sola un éxito, ni la eliminación una debacle. Esta vez, más que nunca, importará el cómo. Nadie en su sano juicio puede exigir el pase de ronda en un grupo en el que habrá que lidiar –en ese orden– con Brasil, Ecuador y Paraguay. Sin el beneficio del anfitrión, que en 2007 propició una serie menos exigente, será fundamental que la selección deje buenas sensaciones de juego y funcionamiento. Ése, y no otro, debe ser el patrón con el que se le evalúe.
Consolidar un estilo y afianzar una idea de juego es el camino para conseguir los resultados. Los atajos pueden producir un efecto contraproducente y obsesionarse con la meta, sin considerar el camino que se elija para alcanzarla, no parece la decisión más sensata.
Tres años de proceso y el trabajo de un técnico que ha contado con el respaldo absoluto de la dirigencia, obligan a elevar los listones. El límite entre el éxito y el fracaso lo marcará el juego, justamente lo único que no podrá reflejarse en dígitos a la hora de hacer el balance.