lunes, 18 de octubre de 2010

Cadencias

Como en la música, la combinación de matices y su adecuada disposición en el tiempo útil de ejecución, definen el ritmo en el fútbol. Acelerar en los momentos y zonas precisas, o poner la pausa cuando la dinámica del partido lo exige, son elementos básicos en el buen funcionamiento de los equipos. ¿De qué hablamos cuando aseguramos que un encuentro tiene ritmo o que un conjunto lo impone sobre otro?

Saber administrar los tiempos es una virtud. Y entender este concepto implica encontrar la combinación precisa entre el talento individual y los automatismos. Las cadencias dentro de la cancha regulan el esfuerzo, favorecen al que piensa, desequilibran al rival y son la base del éxito en los movimientos ofensivos y defensivos.

El ritmo lo establece la pelota y quien la administra, pero también quien debe organizarse para recuperarla. Correr más que el contrario no es la medida. Saber cuándo acelerar y en qué momentos conviene poner el freno, implica conocimiento del juego y sus secretos. ¿Quiénes son los futbolistas que mejor interpretan los compases y establecen diferencias cualitativas? Los que al genio y la capacidad técnica añaden un componente que no abunda: la noción de velocidad. 

Ángel Chourio es un elemento capaz de romper la dinámica de un compromiso por su explosión física y Luis Manuel Seijas puede descomponer a la defensa mejor colocada con un pase filtrado que deja a un compañero mano a mano con el arquero. Tomás Rincón, en cambio, participa del manejo temporal con su control de las maniobras de los volantes para presionar, estrechar líneas o bascular hacia los costados. Todos, a su manera y en sus demarcaciones específicas, tienen en sus manos las medidas del diapasón futbolero.

Leer el partido es fundamental para establecer el ritmo. Y en esto resulta determinante entender lo que pasa en el césped y disponer de jugadores que marquen los cambios de compás. Bien para acelerar o para ralentizar en función de lo que más convenga a los intereses del colectivo.

En el partido contra México del pasado martes la Vinotinto tuvo dificultades para leer algunos de estos conceptos. Antes de la expulsión de Gabriel Cichero en la etapa de inicio, salió a presionar en el primer cuarto de la cancha rival y quiso imponer su ritmo. ¿Qué pasó? Lo más positivo fue que generó el tiro libre que provocó el primero de los goles de Juan Arango; lo menos lúcido estuvo en los momentos de sobrerrevolución que derivaron en imprecisiones en el traslado y ventajas para el rival. ¿Cómo se definen esas debilidades? Por un lado porque, con el exceso de velocidad, se puede llegar a ocupar un espacio ofensivo fuera del tiempo justo, lo que permite a quien defiende tomar recaudos y, por ejemplo, dejar al atacante en posición adelantada; por el otro porque, en las pérdidas de balón, habrá desacoples defensivos y problemas para retomar el control de la zona que debe cubrirse para dificultar la maniobra del oponente.

La selección, en esta nueva etapa, tiene como pretensión ser más agresiva. En la idea de César Farías existe la intención de proponer y asumir riesgos en cualquier circunstancia. Todos los ensayos de 2010 han ido en esa dirección, con distintas lecturas en cada caso pero sin perder ese norte. Cuenta con intérpretes comprometidos y un lapso amplio para aceitar rutinas antes de comenzar a pelear por los puntos. Pero, para que los enemigos bailen al compás vinotinto, habrá que ensayar la partitura y todas sus cadencias hasta que suene como una sinfonía.