lunes, 25 de octubre de 2010

La deuda que más pesa

El cuerpo técnico de Zamora plantó cara a los directivos exigiendo el pago de más de cuatro meses de atraso en los honorarios del plantel. Hace unas semanas, fue Eduardo Saragó, entrenador de Petare, quien se rebeló ante el incumplimiento de sus patrones. El paisaje es el mismo desde hace décadas. La insolvencia estructural y económica impide el crecimiento. Y la necesidad de modernización azuza a la dirigencia, inhábil para gestionar un producto con más ilusiones incumplidas que perspectivas reales de negocio.

A Táchira y Caracas, dos instituciones respaldadas por aficiones numerosas, les resulta indiferente el destino del resto de conjuntos con los que comparte el torneo. Juegan entre ellos, pero no son socios. No existe una empresa en común, con beneficios compartidos, que mueva la participación activa de los involucrados. Ni voluntad para ponerla en marcha. La supervivencia es el objetivo básico de todos, incluso de aquellos cuyos ingresos sobrepasan los niveles de la media. 

La dependencia de fondos públicos, que afecta al grueso de los cuadros profesionales, tampoco incentiva el desarrollo. Y la falta de control federativo de quién entra y quién sale en esta especie de sociedad egoísta, no ofrece garantías a ninguno de los protagonistas del espectáculo.

La conversión en clubes, a la usanza suramericana, es un latiguillo al que apelan directivos y gente del entorno cuando se enfoca el tema de las posibles soluciones. Hoy ese modelo no parece sostenible. Porque el fútbol como negocio adquirió una dimensión que sobrepasa al hecho social y porque Venezuela, también, tiene sus propias singularidades como país en su vínculo con el deporte. 

El camino idóneo parece apuntar hacia un esquema que estimule el nacimiento de un órgano independiente, manejado por los equipos bajo el sistema de franquicias, con exigencias y derechos comunes, en el que se establezcan reglas claras para regular el mercado, promover la competitividad y masificar el producto con la televisión como aliado fundamental.

¿Un golpe de estado de los clubes en contra de la Federación? No tiene por qué producirse en esos términos. Si los actuales jerarcas –con una buena lectura de las oportunidades de mejora y sentido común– promueven el nacimiento de un ente que modernice el campeonato local y, de paso, les quite de encima el peso de compatibilizar el desarrollo de la actividad (su fin primigenio) con la organización de una competencia cuyas condiciones le resultan inmanejables, habrán dado un paso importante hacia adelante y no será necesaria la secesión. 

Una buena declaración de intenciones sería aproximarse a experiencias exitosas como la Bundesliga alemana o la MLS estadounidense. Tomar y aprehender lo mejor de esos ejemplos, y adaptarlos a nuestra realidad, podría ser una buena manera de empezar. ¿Otra? Capacitar y capacitarse para asumir una causa de estas dimensiones. Los atajos no valen si se pretende dar un vuelco al gris panorama actual.

Los dueños y gerentes de equipo también deben sincerarse. Funcionar de manera aislada no los beneficia. Si la opinión pública recibe de los medios de comunicación informaciones que hablan de inestabilidad económica, impagos o quiebra financiera, los perjuicios en imagen causarán estragos en todos, aun en los más solventes. Como ocurre en las ligas profesionales de beisbol o baloncesto, la ecología económica del conglomerado interesa por igual a cada uno de sus miembros. Por eso son exitosos. 

El fútbol venezolano tiene más de una deuda que asumir. Pero pesan más las no asumidas.

lunes, 18 de octubre de 2010

Cadencias

Como en la música, la combinación de matices y su adecuada disposición en el tiempo útil de ejecución, definen el ritmo en el fútbol. Acelerar en los momentos y zonas precisas, o poner la pausa cuando la dinámica del partido lo exige, son elementos básicos en el buen funcionamiento de los equipos. ¿De qué hablamos cuando aseguramos que un encuentro tiene ritmo o que un conjunto lo impone sobre otro?

Saber administrar los tiempos es una virtud. Y entender este concepto implica encontrar la combinación precisa entre el talento individual y los automatismos. Las cadencias dentro de la cancha regulan el esfuerzo, favorecen al que piensa, desequilibran al rival y son la base del éxito en los movimientos ofensivos y defensivos.

El ritmo lo establece la pelota y quien la administra, pero también quien debe organizarse para recuperarla. Correr más que el contrario no es la medida. Saber cuándo acelerar y en qué momentos conviene poner el freno, implica conocimiento del juego y sus secretos. ¿Quiénes son los futbolistas que mejor interpretan los compases y establecen diferencias cualitativas? Los que al genio y la capacidad técnica añaden un componente que no abunda: la noción de velocidad. 

Ángel Chourio es un elemento capaz de romper la dinámica de un compromiso por su explosión física y Luis Manuel Seijas puede descomponer a la defensa mejor colocada con un pase filtrado que deja a un compañero mano a mano con el arquero. Tomás Rincón, en cambio, participa del manejo temporal con su control de las maniobras de los volantes para presionar, estrechar líneas o bascular hacia los costados. Todos, a su manera y en sus demarcaciones específicas, tienen en sus manos las medidas del diapasón futbolero.

Leer el partido es fundamental para establecer el ritmo. Y en esto resulta determinante entender lo que pasa en el césped y disponer de jugadores que marquen los cambios de compás. Bien para acelerar o para ralentizar en función de lo que más convenga a los intereses del colectivo.

En el partido contra México del pasado martes la Vinotinto tuvo dificultades para leer algunos de estos conceptos. Antes de la expulsión de Gabriel Cichero en la etapa de inicio, salió a presionar en el primer cuarto de la cancha rival y quiso imponer su ritmo. ¿Qué pasó? Lo más positivo fue que generó el tiro libre que provocó el primero de los goles de Juan Arango; lo menos lúcido estuvo en los momentos de sobrerrevolución que derivaron en imprecisiones en el traslado y ventajas para el rival. ¿Cómo se definen esas debilidades? Por un lado porque, con el exceso de velocidad, se puede llegar a ocupar un espacio ofensivo fuera del tiempo justo, lo que permite a quien defiende tomar recaudos y, por ejemplo, dejar al atacante en posición adelantada; por el otro porque, en las pérdidas de balón, habrá desacoples defensivos y problemas para retomar el control de la zona que debe cubrirse para dificultar la maniobra del oponente.

La selección, en esta nueva etapa, tiene como pretensión ser más agresiva. En la idea de César Farías existe la intención de proponer y asumir riesgos en cualquier circunstancia. Todos los ensayos de 2010 han ido en esa dirección, con distintas lecturas en cada caso pero sin perder ese norte. Cuenta con intérpretes comprometidos y un lapso amplio para aceitar rutinas antes de comenzar a pelear por los puntos. Pero, para que los enemigos bailen al compás vinotinto, habrá que ensayar la partitura y todas sus cadencias hasta que suene como una sinfonía.

lunes, 11 de octubre de 2010

El once que asoma

Venezuela ganó en Bolivia y consolidó una base. Los resultados recientes validan la apuesta y el buen funcionamiento del sistema empleado en los dos últimos partidos (4-3-1-2, con Luis Manuel Seijas ejerciendo de enganche) aporta tranquilidad y confianza. Lo fundamental –que el futbolista esté convencido del modelo y las formas– le gana la batalla a lo accesorio. Y en ese pulso a favor surge también lo mejor de cada individualidad.

Ángel Chourio se ha hecho imprescindible. Su compromiso quedó patentado en cada responsabilidad que le asignaron en este 2010 venturoso. Como extremo en una línea de tres atacantes; a la derecha del cinco en la zona de volantes de marca; o como delantero en el prototipo ensayado en Santa Cruz de la Sierra, el maracayero ha sido la mejor noticia vinotinto en esta refundación del ciclo de César Farías. ¿Dónde lo utilizará el técnico? Contar con alternativas es una ventaja y la maleabilidad de Chourio le asegurará un lugar entre los once cuando se disputen los puntos. La pregunta debería ser entonces ¿dónde resulta más determinante? Por características, mientras más cerca del arco rival esté mejor se podrán explotar su velocidad y pegada. La sobrepoblación de talento en el medio sector enriquece el listado de variantes, por lo que al hombre del Esppor convendría ubicarlo en el último cuarto de cancha y exprimir desde esa zona su inacabable capacidad de desequilibrio.

También es indiscutible Tomás Rincón, emblema de este proceso. Utilizado como volante por la derecha o como lateral en ese mismo sector, sus mejores prestaciones las brindó como cabeza de área. En Hamburgo aprendió cómo operar en un sistema defensivo que tiene similitudes conceptuales respecto al que proyecta la selección. Con una exigencia alta, su nivel en Alemania le otorga autoridad para trasladar ese rol a lo que le pide Farías con la camiseta nacional. ¿Las dudas? La enorme franja que debe cubrir lo coloca, con mucha frecuencia, en situaciones de mano a mano con mediocampistas y atacantes rivales. La expulsión es una amenaza constante fruto de la intensidad con la que entiende su función. Pero la solución, más que rodearlo de elementos con mayor vocación para el quite que respalden su faena, pasa porque la respuesta colectiva en los movimientos defensivos se afine y el equipo se haga más compacto cuando no tenga la pelota.

Tal como ha sido en la última década, Juan Arango es otro bastión. En tiempos de Richard Páez la selección se benefició de su capacidad para arrancar desde el medio y aparecer con fuerza en el área oponente. Sus remates de media distancia y pelota quieta fueron siempre factores que contribuyeron a ganar encuentros. El Arango de hoy ha sabido enriquecer su juego. Sin la capacidad física de hace unos años, compensa con una mejor colocación y lectura táctica, fruto de la experiencia europea. Ubicado a la izquierda de Rincón, su presencia es fundamental para que la Vinotinto tenga garantizada siempre una salida limpia del balón.

El cuarto para formar el núcleo es Luis Manuel Seijas. Sus partidos contra Ecuador y Bolivia despejaron las dudas y convencieron al entrenador. No hay un jugador en el país que pueda interpretar mejor la función de enganche con todo lo que en el presente se exige de esa demarcación. Cambio de ritmo, manejo, definición y excelente respuesta física para aportar también en la recuperación, lo cimentan en el grupo de posibles fijos.

Mañana, contra México en Ciudad Juárez, habrá una nueva ocasión para seguir dándole forma al once que ya asoma para la Copa América de Argentina. ¿Algún otro candidato?

lunes, 4 de octubre de 2010

Los últimos mohicanos

El fútbol, y sus constantes evoluciones tácticas, convirtieron al tradicional enganche en una especie en extinción. Al volante 10 se le acorta la vida al tiempo que ganan terreno otras demarcaciones, alumbradas por las necesidades que los nuevos sistemas imponen. No es solo una cuestión adherida a la especulación de técnicos resultadistas; también es la consecuencia de las propias soluciones que estrategas con una concepción distinta del juego han pergeñado para contrarrestar el efecto del talento ofensivo.

Ese mediocampista que se mueve por detrás de los delanteros, habilidoso y clarividente para conseguir el espacio imposible y dejar al atacante mano a mano con el arquero, naufraga en las pizarras de cientos de entrenadores agobiados por la presión de ganar y el miedo a perder. No es una crisis de genio. El enganche subsiste, pese a todo, pero el establishment aborta su permanencia en el tiempo. La pausa no pasa de moda aunque a muchos preparadores les cause repelús justificarla. Quizá porque ellos tampoco la tengan.

Se exhorta el frenetismo, la velocidad de circulación, el ritmo. Se hacen constantes apologías de la sincronía en los movimientos defensivos, la maleabilidad de los futbolistas para asumir distintas responsabilidades en un mismo partido y lo bien que se reagrupa un conjunto -con el borde de su área como referencia- para estrecharle las franjas de movimiento a su oponente. Matizar la cadencia y cambiar la dinámica con un solo pase, ha ido perdiendo valor como ardid. Acaso porque también dejó de ser una necesidad.

En una época abundaron y no podía entenderse el juego sin su presencia. Hoy son una excepción. Juan Román Riquelme portó esa bandera y revitalizó el puesto en su momento; Mesut Ozil le da vigencia en el Real Madrid y la selección alemana, muchas veces contra natura. 

En el fútbol venezolano hay dos elementos que realzan el valor del Diez con sus actuaciones de cada jornada. Los colombianos Sebastián Hernández, de Táchira, y Mauricio Romero, de Estudiantes de Mérida, representan al enganche por antonomasia. Ambos elaboran, conducen y marcan el tempo de sus equipos. Son, también, un rasero para el resto de sus compañeros: si tienen una buena tarde la evaluación será generosa; si gravitan poco, obran como un resorte para las críticas. Jamás pasan inadvertidos.

Hernández ha sido fundamental en el excelente arranque de Táchira. En el esquema del DT Jorge Luis Pinto suele ubicarse por delante de una línea de tres volantes de marca, con tendencia a caer más sobre el sector derecho. Desde allí arranca en diagonal para buscar la mejor opción de descarga, con dos delanteros movedizos que se le ofrecen en el último cuarto de cancha. Y es una muy buena catapulta para los contragolpes, el arma que mejores dividendos le ha entregado al Aurinegro en el actual torneo Apertura. Su tara es que muchas veces espera la pelota al pie y puede llegar a diluirse si el choque demanda brega y un mayor compromiso colectivo.

Romero aporta mayor recorrido en su zona, amén de una notable pegada en la media distancia y las jugadas de pelota quieta. Participa contantemente de los circuitos de elaboración y tiene temperamento para ofrecerse cuando los duelos se traban en el medio. Siempre es un desahogo y una solución para el prototipo con el que Rafael Dudamel da sus primeros pasos en la dirección técnica.

Como últimos mohicanos de una posición que todavía cuenta con ejecutantes excelsos, Hernández y Romero reivindican su papel de estetas de la pelota y gendarmes del buen gusto.