El cuerpo técnico de Zamora plantó cara a los directivos exigiendo el pago de más de cuatro meses de atraso en los honorarios del plantel. Hace unas semanas, fue Eduardo Saragó, entrenador de Petare, quien se rebeló ante el incumplimiento de sus patrones. El paisaje es el mismo desde hace décadas. La insolvencia estructural y económica impide el crecimiento. Y la necesidad de modernización azuza a la dirigencia, inhábil para gestionar un producto con más ilusiones incumplidas que perspectivas reales de negocio.
A Táchira y Caracas, dos instituciones respaldadas por aficiones numerosas, les resulta indiferente el destino del resto de conjuntos con los que comparte el torneo. Juegan entre ellos, pero no son socios. No existe una empresa en común, con beneficios compartidos, que mueva la participación activa de los involucrados. Ni voluntad para ponerla en marcha. La supervivencia es el objetivo básico de todos, incluso de aquellos cuyos ingresos sobrepasan los niveles de la media.
La dependencia de fondos públicos, que afecta al grueso de los cuadros profesionales, tampoco incentiva el desarrollo. Y la falta de control federativo de quién entra y quién sale en esta especie de sociedad egoísta, no ofrece garantías a ninguno de los protagonistas del espectáculo.
La conversión en clubes, a la usanza suramericana, es un latiguillo al que apelan directivos y gente del entorno cuando se enfoca el tema de las posibles soluciones. Hoy ese modelo no parece sostenible. Porque el fútbol como negocio adquirió una dimensión que sobrepasa al hecho social y porque Venezuela, también, tiene sus propias singularidades como país en su vínculo con el deporte.
El camino idóneo parece apuntar hacia un esquema que estimule el nacimiento de un órgano independiente, manejado por los equipos bajo el sistema de franquicias, con exigencias y derechos comunes, en el que se establezcan reglas claras para regular el mercado, promover la competitividad y masificar el producto con la televisión como aliado fundamental.
¿Un golpe de estado de los clubes en contra de la Federación? No tiene por qué producirse en esos términos. Si los actuales jerarcas –con una buena lectura de las oportunidades de mejora y sentido común– promueven el nacimiento de un ente que modernice el campeonato local y, de paso, les quite de encima el peso de compatibilizar el desarrollo de la actividad (su fin primigenio) con la organización de una competencia cuyas condiciones le resultan inmanejables, habrán dado un paso importante hacia adelante y no será necesaria la secesión.
Una buena declaración de intenciones sería aproximarse a experiencias exitosas como la Bundesliga alemana o la MLS estadounidense. Tomar y aprehender lo mejor de esos ejemplos, y adaptarlos a nuestra realidad, podría ser una buena manera de empezar. ¿Otra? Capacitar y capacitarse para asumir una causa de estas dimensiones. Los atajos no valen si se pretende dar un vuelco al gris panorama actual.
Los dueños y gerentes de equipo también deben sincerarse. Funcionar de manera aislada no los beneficia. Si la opinión pública recibe de los medios de comunicación informaciones que hablan de inestabilidad económica, impagos o quiebra financiera, los perjuicios en imagen causarán estragos en todos, aun en los más solventes. Como ocurre en las ligas profesionales de beisbol o baloncesto, la ecología económica del conglomerado interesa por igual a cada uno de sus miembros. Por eso son exitosos.
El fútbol venezolano tiene más de una deuda que asumir. Pero pesan más las no asumidas.