Caracas sufrió su primer tropiezo del año con la eliminación en la Copa Sudamericana. La serie contra Independiente Santa Fe lo expuso delante de su afición, a la que no pudo premiar con un nuevo triunfo internacional. Debilitado respecto a años anteriores, los rojos atienden a un modelo que proclama la promoción de nuevos valores. Con esta apuesta, sostener el estatus construido en las últimas dos décadas no parece sustentable en el tiempo.
Poner sobre las espaldas de muchachos que dan sus primeros pasos en la alta competencia el peso de ganar títulos y mantener la notoriedad de la institución, representa un riesgo. Para el club, porque su hinchada le seguirá demandando vueltas olímpicas; y para los futbolistas noveles, cuyos procesos de desarrollo podrían verse afectados por un prematuro sometimiento a la presión, para la que no están preparados.
Cuando el Caracas fue adquirido por sus actuales propietarios a finales de la década de los 80 del siglo pasado, la premura para poner en marcha el nuevo proyecto obligó a darle la alternativa a jugadores de escasa experiencia. Manuel Plasencia –el entrenador que asumió la aventura– reclutó a gente como Gerson Díaz, Leopoldo Páez-Pumar, Gabriel Miranda, Johnny Barreto o Ceferino Bencomo, quienes debutaban en primera división o apenas acumulaban un puñado de choques en el máximo nivel. Todos acabaron siendo fundamentales en la primera estrella del equipo y referentes históricos con el paso del tiempo, pero hubo que esperar tres años para comenzar a ver los frutos. La paciencia encontró un aliado en el amplio margen que un proyecto embrionario como aquel otorgaba. Hoy, once coronas y decenas de choques continentales después, la realidad es otra.
Que se pongan fichas al trabajo en las divisiones inferiores es una empresa inteligente. Sin embargo, el manejo del talento debe estar sustentado por una estructura conceptual que lo respalde y le dé sentido. En las mejores condiciones posibles, se marca un ideario que se transmite de arriba hacia abajo y se retroalimenta. Los grandes equipos no desarrollan promesas para que estas sostengan la economía del club a futuro, sino para que le den sentido a su idea de juego. El rédito posterior por la venta de patrimonio debe ser consecuencia del éxito deportivo. Cuando se entra en la dinámica inversa, los resultados en la cancha suelen golpear a quien contradice el funcionamiento lógico de las cosas.
El medio local ofrece lecturas que resultan útiles para darle sentido al análisis. Monagas, en la actualidad, disfruta del beneficio de una buena labor con sus juveniles. El miércoles pasado, con varios elementos entre los 17 y los 20 años de edad en su plantel titular, le ganó a Táchira en Maturín. Pero al cuadro de Alí Cañas no le exigirán el campeonato; al Caracas, sí. Allí radica la diferencia.
Saber elegir el momento para dar la alternativa a los que piden paso es clave. Y entender cómo insertarlos en conjuntos ganadores y de alta exigencia, lo es todavía más. Una cosa es otorgar minutos a elementos que emergen desde las fuerzas base, al abrigo de los de mayor experiencia, y otra es cargarlos de obligaciones, apurando los plazos racionales.
Los Josef Martínez, Luis González, Anthony Uribe, Daniel Febles o Fernando Aristeguieta necesitan crecer al amparo de un club que los proteja y los ayude a madurar, sin que sientan que de ellos depende el futuro de la camiseta a la que defienden. El desencanto ante la meta inmediata no alcanzada puede frustrar una carrera brillante. Y eso, en la relación del debe y el haber, siempre aparecerá en números rojos.