El juego de la selección pasó a convertirse en un asunto de discusión nacional a partir del lugar que se ganó en la opinión pública. Los resultados -y el camino que se elige para buscarlos- mueven la discusión. Es parte de la realidad presente, irreversible, en lo positivo y en lo negativo. El interés aumenta la notoriedad, el tamaño de las audiencias y la dimensión de las exigencias; también exacerba y exagera las valoraciones. Hay mucho de pasión y empirismo en el análisis, amén de una tendencia apresurada a encender la hoguera tras cada tropiezo.
La Vinotinto no jugó bien ante Panamá, pero todavía no hay puntos en disputa. A este proyecto de César Farías le falta funcionamiento, es cierto. Cuando se defiende y cuando ataca. El propio entrenador reconoció las lagunas tras el partido del pasado miércoles. Y existe un consenso respecto a las dificultades que plantea el nuevo sistema, unido a un hecho contundente: después de mucho probar y ampliar el espectro de seleccionables, resulta imperativo establecer una base que adquiera los automatismos y pueda competir cuando haya que pelear por objetivos.
La elección del dibujo no representa, por sí mismo, el principal escollo. El nivel actual de nuestros jugadores permite pensar en apuestas más ambiciosas. No existe una minusvalía en el grupo que impida asumir una estructura táctica como el 4-3-3, novedosa para la selección pero de ningún modo inalcanzable. Ni física ni futbolísticamente. No se entendería, si no, que algunos de los principales referentes locales actúen en ligas de Europa. La consolidación en torneos de una estatura mayor trae aparejada también una mayor capacidad para el esfuerzo y la asunción de otros métodos de trabajo. Es natural entonces que se les exija, en la misma proporción, otro tipo de respuestas.
Otro asunto es, sin embargo, a quiénes se elije para la puesta en escena y de qué manera se les utilice. Antes de descartar el sistema habría que reflexionar sobre cómo ejecutan algunos elementos una función determinada. Y si eso es lo que más conviene para explotar el talento que se tiene a la mano. ¿Tiene sentido insistir con delanteros de área, inhábiles para desequilibrar en el uno contra uno o para asociarse en el medio, jugando por los costados? ¿Se obtiene un mayor rendimiento de Tomás Rincón ejerciendo de ocho? ¿La buena prestación de Juan Arango no da para pensar que su estado actual sería más aprovechable si no tiene el arco a tanta distancia?
Los problemas de coordinación y funcionamiento son solucionables, entendiendo que defender y atacar son responsabilidades colectivas. El equipo se despliega en la presión y el compromiso no es un elemento en contra. Todos corrieron, el asunto es que no lo hicieron bien siempre. Dónde y cómo se presiona al rival son un punto por pulir; de igual modo la manera en que se ocupan los espacios para cortar las opciones de pase del contrario, y el modo en que se estrecha o agranda el bloque para evitar ampliar las franjas a espaldas de los que marcan.
Sin brillar, Venezuela fue superior a Panamá durante 70 minutos. Después pesaron los yerros defensivos. Se cargó la mano sobre los hombres del fondo, pero los vacíos fueron producto de un extravío grupal. Hay margen de mejora y tiempo para alcanzarla, pero vendría bien probar con variantes si la actual disposición no termina de cuajar.
La presión es un término amplio. La de la cancha es una asignatura por aprobar. A la externa no le sobra paciencia. Que ambas estén controladas es fundamental para que el camino hasta la Copa América 2011 sea plácido.