La Vinotinto enfrentará la próxima doble fecha FIFA sin la presencia del defensor Fernando Amorebieta en el grupo de citados. La negativa del jugador a atender el llamado del seleccionador nacional fue el cierre de un episodio surrealista y el inicio, también, de una discusión estéril respecto a valores como la patria y el compromiso, manipulados a conveniencia de las partes.
La historia es conocida: Amorebieta declaró a quien quisiera escucharlo que deseaba vestir la camiseta de Venezuela. Las gestiones de la Federación Venezolana de Fútbol se abrieron y César Farías lo citó. El miércoles 18 de agosto llegó un fax a la sede del Athletic de Bilbao con la notificación y, a partir de aquí, el futbolista cerró cualquier contacto con el mundo exterior. Hace semanas que no declara para la prensa que sigue la campaña de su club y su teléfono, antes solícito, dejó de estar activo para las llamadas que llegaban desde el otro lado del Atlántico.
Las presiones de su entorno y del entrenador bilbaíno, Joaquín Caparrós, provocaron que Amorebieta diese un paso atrás en sus intenciones primarias. El hermetismo del zaguero, quien sólo se ha expresado a través de comunicados de prensa emitidos por el conjunto de San Mamés, impide hacer una lectura certera de sus motivos. ¿Por qué su entusiasmo inicial? ¿Qué lo impulsó a no dar la cara después? Personas cercanas a su entorno le otorgan un papel de peso a su agente, Ginés Carvajal, quien lo impulsó a que adquiriese el estatus de internacional y así conseguir mejores condiciones para una eventual transferencia a Inglaterra. Cuando llegó la citación, sin embargo, fue emplazado por el presidente del Athletic a rechazarla y le ofreció encargarse personalmente del asunto, a lo que terminó accediendo. Los intereses económicos, del club y del futbolista, adquirieron un peso superlativo en el desenlace de esta trama que aun no parece cerrarse del todo.
En lo que refiere al juego, la incorporación de Amorebieta habría resultado positiva, por estatus y nivel. Un central espigado, zurdo, con notable peso aéreo en las áreas, añadía características para enriquecer el proyecto de Farías. Pero su alejamiento –sea o no definitivo– no debe desvirtuar el debate, dirigiéndolo hacia el terreno del chovinismo. Las escuadras nacionales compiten por objetivos deportivos, no son ejércitos que van al frente de batalla para defender a la patria. El compromiso debe medirse por el desempeño en la cancha, no por factores intangibles. Sin desestimar el vínculo emocional, llegar a la selección es visto también por los jugadores como una meta profesional y la oportunidad de contar con una vitrina que les permita conseguir mayor trascendencia. Cada uno en su contexto y con sus intereses particulares, va detrás de sus propias aspiraciones. Quien atiende al llamado del seleccionado busca la gloria, pero no lo hace de gratis. No es un héroe quien aporta, ni un traidor aquel que decide apartarse.
Amorebieta no tuvo un comportamiento ético al proclamar su deseo de vestirse de vinotinto y más tarde protagonizar un acto de escapismo. Ése fue su gran yerro, no el ejercer la libertad de decidir qué hacer con su carrera. Puede que el episodio fortalezca el mensaje de Farías respecto a lo que exige de sus dirigidos, pero el desenlace del sainete no le garantizará resultados.
Colombia –el viernes en Puerto La Cruz– y Ecuador –el 7 de este mes en Barquisimeto– ofrecerán una mejor medida del rendimiento de la Vinotinto. Mantener una línea ascendente convertirá en anécdota todo lo demás.