lunes, 12 de abril de 2010

Suráfrica espera por Messi


Lionel Messi acumula méritos para arrasar con todos los trofeos individuales en 2010, tal como hizo el año pasado. Su nivel en el Barsa deslumbra, instala el debate respecto al papel que le corresponde en la historia del fútbol y arrastra en un estado de euforia a los hinchas de su club, auténticos privilegiados que asisten cada semana al alumbramiento de un prodigio del deporte. Al tiempo, y aunque el concepto se desvanezca entre partidos y exigencias que se renuevan cada semana, resulta inevitable proyectar el momento actual del crack hacia la Copa del Mundo, que desde el 11 de junio se disputará en Suráfrica.
El discurso luce gastado por repetido: Messi brilla en un equipo que funciona como una pieza de alta relojería y potencia sus habilidades, casi tanto como desluce con la selección argentina, en la que su talento se minimiza por la falta de una idea de juego que le permita ser el futbolista que admira el orbe.
Así como Josep Guardiola trabaja en el Barsa para que Messi alcance sus cotas más altas de rendimiento, Diego Maradona no ha logrado que la Albiceleste tenga una identidad y, sobre todo, que su elemento bandera sea determinante. Argentina, que en el Mundial compartirá el grupo B con Corea del Sur, Grecia y Nigeria, tendrá aspiraciones limitadas si su número diez es incapaz de explotar; si, por el contrario, aparece la versión que hace menos de una semana acabó con el Arsenal en la Liga de Campeones, será el principal candidato a dar la vuelta olímpica en Johannesburgo el 11 de julio.
No hay un jugador en todo el planeta capaz de ganar un partido por sí solo y dar muestras tan contundentes de superioridad respecto al resto como el zurdo rosarino. Pero que nadie espere que haga milagros.
El Messi de hoy se mueve con libertad en la cancha, por el centro detrás del nueve, con un panorama amplio y el gol más a su alcance. Dejó de ubicarse por el costado derecho como solía hacerlo hasta que su técnico advirtió la necesidad de conseguir variantes. Ya la Pulga había mostrado en encuentros puntuales (como ante en el Real Madrid en el clásico jugado en el Bernabéu la campaña pasada) lo bien que le calzaba ese rol. Su cuota goleadora aumentó exponencialmente desde entonces.
Hristo Stoichkov declaró la semana pasada en un programa de la televisión catalana que ahora Messi se desgasta menos y administra mejor sus esfuerzos. “Moverse por la banda implica correr más metros para aproximarse al área, el arco queda más lejos”. Y el búlgaro, que era un especialista en el juego por los costados, sabe de lo que habla.
Argentina ha obtenido buenos resultados en los encuentros no oficiales que ha sostenido bajo la conducción de Maradona contra rivales de cierto calado. España lo superó con amplitud en noviembre pasado, pero obtuvo triunfos frente a Escocia, Francia, Rusia y Alemania. Siempre mostrando un perfil defensivo, contragolpeador y con Messi claramente desencajado de esa estructura. En eso, la disposición táctica tiene un peso, pero también será importante la química que surja entre el preparador y su pieza más preciada, tal como ocurrió con el mismo Maradona y Carlos Salvador Bilardo en México 86.
Maradona no es un entrenador de oficio. Cumple con un anhelo personal, pero ha tenido que aprender a ser técnico sobre la marcha. Si consigue armar un equipo y rodear bien a su principal referente, se graduará con honores en Suráfrica. Teniendo a disposición a varios nombres que brillan en las ligas más importantes de Europa, no parece una tarea ciclópea emular a gente como Franz Beckenbauer, campeón del mundo en el césped y en el banquillo.
Si el Messi del Barsa aparece en la tierra de Nelson Mandela, Argentina podría celebrar la conquista de su tercera corona universal.