Rodrigo Teixeira le tomó la medida al Caracas FC hace un lustro, tal como tiene incorporadas las dimensiones del arco para definir. El delantero brasileño plantó a los rojos la semana pasada y cambió la pretemporada en Maracay con los decacampeones venezolanos por el campamento de Guaraní, en la por estos días calurosa Asunción del Paraguay. Una espantada que dejó en situación delicada a los de Chita Sanvicente, urgidos de un hombre de área para encarar la Copa Libertadores y el torneo Clausura.
Teixeira sabía con quién trataba cuando se dejó querer a finales de diciembre. El nuevo año lo recibió en su hogar de Belo Horizonte, proclamando a quien lo quisiera escuchar lo feliz que se sentía por el reencuentro con sus amigos caraquistas. En 2005, cuando el ariete de 31 años de edad fue adquirido por el Caracas en una negociación manejada por el gerente deportivo de entonces, una grave lesión de rodilla le impidió debutar. El club se hizo cargo de la cirugía y de todo el proceso de recuperación del futbolista, a quien luego vendió a Alemania en una operación promovida y avalada por el mismo empleado que lo había fichado meses antes. Aquella operación incomprensible coincidió con un período gris del conjunto más ganador del país y llevó al jugador a un periplo por Colombia, Irán y Ecuador, antes de esta reciente escala paraguaya.
El Caracas hizo una limpieza en sus estructuras para ejercer mayor control de los negociados que se armaban a su costa; pero pasó de dejar atrás los manejos poco claros para entrar en una etapa en la que la inocencia y su débil posición en el mercado futbolero internacional, le impidieron reforzarse conforme a lo que su estatus exigía. Con excepciones, el tino en las contrataciones foráneas no ha sido una característica que predomine en una institución que mantiene la hegemonía local, fundamentada en el papel de sus figuras criollas.
La trascendencia continental tuvo dos momentos que marcaron la historia encarnada: las Libertadores de 2007 y 2009. En la primera fue determinante el aporte de los colombianos Iván Velásquez, Habinson Escobar y Wilson Carpintero para llegar hasta la ronda de octavos con un equipo que disfrutó del buen momento de José Manuel Rey, Leonel Vielma y César González para dejar una impronta con su fútbol atildado; la segunda, en la que se encumbró hasta cuartos por primera vez, fueron Rey, el uruguayo Deivis Barone, Renny Vega y Darío Figueroa los baluartes de un cuadro menos brillante en el juego, al que le faltó la jerarquía de los de afuera para instalarse en semifinales.
Así como el Caracas ha sido una referencia doméstica por una serie de factores que lo distinguen del resto, su crecimiento en otros aspectos vinculados a la gerencia deportiva no ha ido a la par. La sola estabilidad institucional del Rojo sirve como señuelo para el talento interno. Pero es vital aprender a relacionarse con el mercado exterior – y con sus intermediarios – para poder incorporar elementos que sumen en la cancha y alimenten el espectáculo.
Cierto es que la economía y la situación cambiaria del país atentan contra los grandes dispendios, pero los ingresos que se perciben por la Libertadores – y más si se logra llegar a instancias decisivas – permiten acceder a elementos que otorguen saltos de calidad fuera de las fronteras, y que no se repitan otros “affaire Teixeira”. Allí estriba la diferencia entre dar campanadas ocasionales o convertirse en un nuevo Liga de Quito.
Rodrigo de Triana anunció “¡Tierra!” cuando avistó el Nuevo Mundo. Los gritos del otro Rodrigo no serán para celebrar goles rojos, pero sí para recordarle al Caracas todo aquello que le falta por descubrir.