El fútbol bien jugado es un engranaje de intérpretes y movimientos en perfecta sincronía. La repetición de rutinas y respuestas condicionadas a lo que el oponente plantea, dirige los mecanismos del funcionamiento colectivo y los acerca a la excelencia. Si bien es en el proceso de ensayo donde la obra se va cargando de sentido, no siempre el entrenamiento logra la alquimia perfecta.
Muchas veces la rotación de las piezas del mecano alumbra el milagro inesperado. No por azar sino por la obsesión del técnico en hallar aquello que las características del jugador requiere para encontrar el mejor entorno. Cuando esa magia aparece, todo fluye de forma natural. O esa es la impresión que da a ojos de quien observa y se imbuye en la maravilla de la obra bien ejecutada.
El Brasil de 1970 nació a partir de esta especie de tamiz que mueve la arena hasta que aparece la piedra preciosa. La colocación de cinco mediocampistas con señas de identidad parecidas (Gerson, Rivelino, Tostao, Jairzinho y Pelé), incompatibles desde la ortodoxia de la época, dio vida a uno de los grandes equipos en la historia de este deporte. Y en tiempos más recientes, la conversión de Lionel Messi en falso 9 le dio un impulso al Barcelona de Pep Guardiola para hacerlo todavía más trascendente.
Caracas FC ganó la semana pasada en Chile. Se impuso con autoridad en la cancha de Huachipato y de un plumazo borró el debate sobre la falta de un atacante de área en su formación. Pocos repararon en aquello que se estaba gestando semanas atrás cuando los resultados no validaban las mejoras en su propuesta. Con una formación que priorizó a los volantes y a los extremos, ubicó a Rómulo Otero como eje conductor y le dio alas a Dany Cure para que explotara lo mejor de sus condiciones, los rojos encontraron la cruz en el mapa del tesoro. De pronto, lo que antes era maleza devino en tierra fértil. Los partidos dirán si se trató de una puesta en escena inspirada o el inicio de un ciclo exitoso.
El cuerpo técnico capitalino recibió nuevos elementos en la pausa de diciembre mientras despedía a Fernando Aristeguieta, su carta gol en el pasado Apertura. Y ha sido esa rotación constante de nombres y funciones lo que los condujo a la notable presentación en el sur chileno, la mejor que se le recuerde en esta etapa.
Otero asumió el papel de delantero centro contra Atlético Venezuela. Más tarde fue el vértice superior del triángulo ofensivo del mediocampo. Condenado por el pésimo terreno del estadio Olímpico, el juego del Caracas sufrió baches ante rivales que le plantearon choques en los que había que conseguir espacios en zonas reducidas. Ante eso, hubo mucho vértigo y mala construcción de las acciones de ataque. De allí que tampoco apareciera la contundencia demandada.
En Talcahuano consiguió el funcionamiento buscado. La solidez defensiva de Alain Baroja y los cuatro del fondo se vio reforzada por la buena complementariedad de la dupla Edgar Jiménez-Juan Guerra en el sector del mediocentro, la sabia pausa de Angelo Peña, el caos que en los oponentes genera Otero y la profundidad de Cure, el ariete más versátil del torneo local.
El semestre le plantea al Caracas un enorme desafío. Volver a la Libertadores es su norte y como un mantra le persigue el hecho de sumar unos cuantos campeonatos cortos sin celebrar con su afición. El triunfo en Chile y la manera en que lo gestó envió un mensaje optimista. Darle continuidad es lo que distingue el hallazgo legítimo de la casualidad.
* Columna publicada en el diario El Nacional (25/02/2013)