lunes, 8 de febrero de 2010

Golpe en la distancia


4 de febrero de 1992. Un grupo de periodistas suramericanos apura unas cervezas en la cálida madrugada asunceña. Las bromas provocan risotadas estruendosas que generan eco en los callejones. Chicho asa unos chorizos en una parrillera improvisada sobre la acera y es tal el sosiego que si alguno quisiera dormir unas horas tendido en el asfalto, podría hacerlo sin el peligro de que un carro lo arrolle. Es la Asunción del Paraguay de los primeros años post Alfredo Stroessner (sin toque de queda pero todavía llena de temores y costumbres atávicas heredadas de la dictadura) que por esos días organiza el torneo clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Los pocos venezolanos acreditados se alojan en el hotel Gran Paraná, el mismo que sirve de concentración a la Vinotinto Sub 23 dirigida por Víctor Pignanelli. La selección había tenido un debut auspicioso ante el anfitrión días antes, en un partido que perdió 1-0 luego de que un penal cometido por Polín Páez-Pumar, a dos minutos del final, sentenciara la derrota. La noche del 3 Venezuela tuvo fecha libre, por lo que los jugadores siguieron la jornada del día por televisión.
En aquellas horas el país vivía momentos de tensión con el alzamiento militar que, liderado por el teniente coronel Hugo Chávez, intentó dar un golpe de Estado al gobierno del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. La noticia llegó al Gran Paraná antes de salir el sol y los mismos comunicadores que poco antes se divertían a un par de cuadras, recibieron las novedades en el lobby. Nadie pudo dormir. La incertidumbre y las escasas posibilidades de establecer contacto con familiares y afectos, incrementaban la sensación de angustia.
Los futbolistas y dirigentes se fueron enterando al despertar. La recepción se llenó de cámaras y reporteros que querían saber las impresiones de los miembros de la delegación. Cuando los teléfonos se activaron, las llamadas se cruzaron entre habitaciones. El timbre podía acercar la voz de un locutor en vivo o el pedido de un informador hambriento de primicias. Todo era muy difuso en aquellas primeras horas y a nadie le resultaba sencillo ofrecer una versión de los hechos que se construía con pedazos de verdad sazonados de imaginación.
Pasado el mediodía las calles ardían con un sol de justicia que rozaba los 42 grados. El aire acondicionado bramaba y las bebidas heladas eran consumidas con fruición mientras buena parte de los paraguayos iniciaba la sagrada hora de la siesta. Al tiempo que el “Por ahora” de Hugo Chávez recorría en imágenes el mundo, los seleccionados se preparaban para realizar su última práctica antes de medirse a Perú en el segundo choque del preolímpico.
El 5 de febrero la Vinotinto recibió tres goles en los primeros 20 minutos y a los 32 del segundo tiempo Stalin Rivas, figura de aquel cuadro, se hizo expulsar para acabar con su participación en el certamen. Dos días más tarde, la Colombia de Iván René Valenciano y Faustino Asprilla acabó con una primera mitad prometedora para triturar 4-0 y sentenciar la eliminación criolla.
El golpe verdadero llegó, sin embargo, la lluviosa noche del 9. Un gol de Edson Rodríguez a centro de Gerson Díaz le dio ventaja a Venezuela en su partido final ante Brasil, cuyos laterales fueron dos futuros campeones del mundo: Cafú y Roberto Carlos. Después de una falla eléctrica que mantuvo detenido el juego por un largo trecho, el Scratch sólo fue capaz de empatar y el 1-1 lo dejó fuera de los Juegos de Barcelona.
Mañana se cumplirán 18 años de la vez que un grupo de venezolanos, alzados en hombros y no en armas, celebró en la distancia un resultado histórico para el fútbol nacional. Como en aquella ocasión, la efeméride apenas será una anécdota.